“Hubris”, palabra griega, significa “insolencia sin medida”. Esto es lo que me dice la nota periodística que relata el chanchullo desopilante del edil municipal: una insolencia sin medida que causa horrísono disgusto. Esta “infame turba” que se baña a diario con el unto de México, además de ser un dechado en el arte del nepotismo y la corrupción consuetudinaria, ahora le conocemos una virtud imprevista: es un yerno ejemplar. Veamos: el erario público no le pertenece ni a él ni a su babélica familia, pero este saurio lobotomizado no lo entiende; y con cargas y exacciones abonadas al municipio, manda a trabajadores del Ayuntamiento a barbecharle o acotarle el terreno a su suegro. Esto es un amor filial inmensurable. Eduardo Lizalde no se equivocó cuando escribió los siguientes versos: “Aman los puercos/ No puede haber más excelente prueba / de que el amor / no es cosa tan extraordinaria/”. Bueno, aya está ese querido profesor, festinando a sus esbirros y alabarderos a que los tres años de administración los vean como los años de Hidalgo. Mientras tanto, Peto sigue caracterizado como Humboldd vio al país en 1808: “México es el país de la desigualdad –dijo Humboldd-. Acaso en ninguna parte la hay más espantosa en la distribución de fortunas, civilización, cultivo de la tierra…Los indios mexicanos (o mayas petuleños, señalo), considerándolos en masa, presentan el espectáculo de la miseria…” Una reflexión de Burke escrita en 1780, tal vez le convencería al saurio del ayuntamiento a quitarse unas cuantas escamas (con las escamas de la corrupción y el nepotismo me conformo): “hay que aceptar el cambio y ceder lo que es imposible seguir manteniendo”. Es decir, el edil necesita entender que ya no vivimos en dictaduras perfectas, y el pueblo, como dijo Lenin, ya no es imbécil y no se va a callar, y no se va a intimidar. En esta “democracia imperfecta” que estamos realizando (otra vez Vargas Llosa) o cambia su modo personal de gobernar, o en definitiva, la historia de la villa –y el cronista- no lo absolverán.
Y señalando que el mundo es demasiado puerir como para afianzarse por sí sólo en su destino apocalíptico, y reconociendo que en la tarde es cuando más me duelen las lluvias, y crecen y se diversifican y se hacen cúmulos de besos con hollín las claras palabras de los árboles, años cautivos en las aristas de la memoria, anécdotas sin contar a nadie, hoy en que la historia es un pedazo de papel en blanco.
Chetumal se recupera. Dean, como un trompo gigantesco que arañó el cielo chetumaleño con leonadas garras de sus vientos, se ha largado –y espero que para siempre. Árboles caídos en maltrechas avenidas, calles y callejas, sin charcos, es el saldo crudo que se observa. Y también la actitud admirable de sus ciudadanos. Escuchar el trueno, el rugido de esa bestia ubicua, siniestra, me impelió a fumarme los dos últimos cigarrillos de la cajetilla, y la ración diaria de nicotina que exigía mi organismo me produjo el escozor de la abstinencia. Pero bueno, ayá estaba yo, en mi cuarto de ex pensador donde recalo a veces por la noche con una prostituta de a trescientos pesos o con una virgen de a 800 versos, pasando solo la contingencia, el pinche huracán pendejo -que en los boletines de radio lo monitoreaban con insistencia perruna 24 horas antes que impactara las costas de mi segundo Estado- (el verbo impactar ahora es de lo más impactante y se ha impactado en el lenguaje cotidiano de las personas cotidianas, no sólo en la jerga barata de los reporteros locales y nacionales), me decía, o me imaginaba que me decían sus rugientes vientos, haz la apología insospechada de mis falanges aguadas. Fumando de a poco y reconcentrado en el pensamiento kantiano, con la crítica de la razón impura de mi cerebro que construía provisiones de otras eras más felices que esta, oteé de lejos la ventana –no sea que explotara, a falta de las cruces de cinta canela-, y observé la nada, es decir, los vientos largos como sables sableando el cielo surcado de negruras. Así es como se defiende la naturaleza, me dirá un ortodoxo ambientalista. Yo, ahora, con la imagen de la furia de Dean todavía no disuelta en el recuerdo, le mentaría la madre, y le diría a él que le diga a doña natura que se defienda con los que en verdad la han chingado, no conmigo, que no soy una S. A dedicada a montar fumarolas en el desierto de Itacama o vender tours “ecológicos” a gringuitas bonitas con nalgas de negra.