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Ensayo de la villa de Peto(Gilberto Avilez Tax)

ENSAYO PANFLETARIO SOBRE UN PUEBLO PENINSULAR.



Al pueblo pensante petuleño, del “poeta apócrifo de las calabazas”, Sergio Salvador Vilax, redactado desde un lugar inhóspito de la sierrita del Sureste yucateco.



La “sociedad” –que no es otra cosa que una suciedad malintencionada- es imposible que piense; es imbécil por condición de clase, lujuria burguesa o chabacanería del confort. El pueblo, aunque tenga la conciencia del desbarajuste social, del caos reinante y de la inoperatividad del sistema, no logra estructurar un discurso crítico. Dice sí o no, y es sumamente maleable, enajenable. Le falta la teoría, aunque las revoluciones no se hacen con teorías –(pero muchas sí con tonterías). Uno no es conciente por ser un lector empedernido de la literatura mortinata o por que cita a la autoridad de los poetas. Ni es conciente por el hecho mismo de pertenecer al pueblo, de ser parte de los posicionados “abajo y a la izquierda”, o por dedicar las horas de vida al estudio. Es consciente por que fisiológicamente así fue creado. Como individuo, uno es un eximio aburrido, pero cuando oye a “su masa” -como dijera Vallejo-, a uno le salta el impulso primitivo de quemar su asqueroso individualismo. El Presidente Mao, en el antiguamente multicitado “Libro Rojo”, refiriéndose a las masas o al pueblo frente a la intelligentsia, escribió lo siguiente: “Las masas son los verdaderos héroes, en tanto que nosotros somos a menudo pueriles y ridículos; sin comprender esto, no podremos adquirir ni los conocimientos más elementales”. Héroes en el sentido cabal de la palabra: la tragedia, que posibilita el rompimiento con las estructuras de poder, pulveriza la ridicules y la pueriridad de los que se creen portavoces del pueblo.







Lo ridículo y pueril –denodadamente pueril- es la forma en que el individuo postmoderno, ese que en un tiempo fue hijo de proletarios o de campesinos, y que gracias a la movilidad social a base de educarse e ir a la universidad realiza su perfomance de novísimo burgués: sus hijos se desentienden de los modos de aldeano de su progenitor, cree con fervor patético en el porvenir de los centros comerciales, y la conciencia social se pulveriza en la estrechez de su clasemedianismo avocado de forma unívoca en celebrar los caprichos de su niña universitaria o a desatenderse de la conflictiva social imperante. Ha llegado, a base de créditos y posición económica moderada (o excesiva), a la madurez del espíritu, que según Nicolás Gómez “comienza cuando dejamos de sentirnos encargados del mundo”.

El pueblo, no el individuo, es lo único que importa: es decir, el pueblo que se concretiza en el individuo Juan, en el Individuo Pedro, María. Por que cuando le chillan las tripas, le duele la cabeza, o el pinche amor escasea, es imposible que el individuo pueblo no se convierta en un pensador existencial. El pueblo, señor Lenin, no es imbécil: aparenta ser imbécil o lo muestran imbéciles los propios imbéciles.



(Aquí hablo por todos, por los míos

Por los otros, por mí,

porque en el canto

son míos los dolores y las penas

de los humildes, de los ofendidos.

Quede, así, este canto como el canto

del pueblo, al que yo sufro y al que escribo

letras de luz y voces de castigo

para que aprenda y para que vivan

los hombres con la luz

los niños con el trigo

las madres con el pan

la selva con el río).



Raúl Cáceres Carenzo, poeta yucateco.



"Una novela negra es aquella que tiene en su corazón un hecho criminal y que genera una investigación. Lo que ocurre es que una buena novela negra investiga algo más que quién mató o quién cometió el delito, investiga a la sociedad en la que los hechos se producen. Empieza contando un crimen, y termina contando cómo es esa sociedad" (Paco Ignacio Taibo II, Entrevista con Ana Salado en ABC Cultural. 1de Julio de 2000).



¿Soy demasiado consciente de la realidad, y los demás viven en un sueño de idiotas del que no quieren despertar (cosa que no les reprocho), o soy yo el estúpido que cree ver demasiado, sin ver nada? Cioran

INTRODUCCIÓN



Antes de comenzar a escribir aclaro que este ensayo no contiene, en su estructura, un sistema metodológico exacto u objetivo. Es hijo de mis obras, producto del desgarre social que he observado y he sido partícipe, de las desavenencias de su autor con el poder neolítico (leíste bien desprevenido lector o lectora, neolítico, que no político) de esta villa, que gestualiza una historia pre-escrita, orwelliana; de la confrontación de un ethos que anda en busca de la cordura civilizatoria -en un lugar donde no existe, y esto es como pedir cotufas en el golfo -, ante un pathos político y social que gravita alrededor de la imbecilidad absoluta; en fin, uno que escribe acerca del solipsismo de las cúpulas, uno que intenta aprehender con la escritura la desazón rigurosamente filistea de las masas. Confieso que no soy historiador, ni sociólogo, antropólogo o politólogo: soy –o intento ser –un escritor que opina de su tiempo sobre los conflictos que devienen en la historia de este pueblo, desde las herramientas que me ofrecen la visión directa de lo que huele a podrido, a corrupto. El epígrafe que se lee arriba, de Taibo II, aunque sea una definición precisa de lo que se entiende por novela negra, me sirve para delimitar el contexto teórico a desarrollar: a saber, no investigar quién mató a Cochol[1] o cometió el crimen de establecer la desesperanza en este pueblo –por que cada quién tiene a su principal sospechoso, o al menos ha vislumbrado el posible nombre del chacal-; sino investigar, siempre bajo la basura que nos deja las miasmas insoportables del poder, a una sociedad donde la indiferencia ante todo es un axioma social; y sin voces de descontento o de crítica que se solidarice con la variopinta gama de los oprimidos, los crímenes (crímenes como el de la injusticia, el hambre endémico en las comisarías, el alcoholismo exorbitante en el indígena, los latrocinios de los corruptos mercaderes –tanto de almas como de avituallamientos para el alma-, las rapiñas, depredaciones y exacciones de los presidentes municipales y su cauda de regidores cínicos que sólo están por la pachocha y no por un trabajo de bienestar común) van a seguir sucediéndose, perpetrándose, incubados por un pueblo que se calla o cierra los ojos, cuando es un delito el silencio o la voluntaria ceguera. Lincoln, parafraseando a Dante, decía que el infierno es el merecido destino de aquellos que en momentos difíciles miran para otro lado. Y Chéjov, a su vez, escribió que “la indiferencia equivale a una parálisis del alma, a una muerte prematura”. La ética a seguir entonces, en esta lucha teórica (otros, o tal vez yo mismo harán la “práctica”), se resume en una sola frase: ni voluntaria ceguera ni indiferencia social; y este imperativo traería como consecuencia la crítica del poder por parte del los que no tienen el poder, pero crean a los órganos represores del poder, es decir, el pueblo (y aunque no ignoro que es el último refugio del canalla, tenemos bien fichados quienes conforman a esa “infame turba”). La crítica del poder es un elemento invaluable para la obtención de una sociedad más justa e igualitaria, y esto sólo es posible de hacer por el sujeto histórico que constata a diario tanto la injusticia como la desigualdad, no los que crean injusticias y desigualdades, ahistóricos las más de las veces. Octavio Paz dijo que la crítica es “el ácido que disuelve las imágenes”; es decir, que desenmascara al poder de su imagen de felicidad incuestionable, definitoria. Señalen estas imágenes como ustedes gusten: la imagen de la felicidad social, del todo está bien, no hay por qué molestarse, del amor rosa que se pretende eterno e idiotiza por tanto a dos desconocidos. En fin, la imagen de la historia acabada, sin utopía, que nos pinta en el horizonte de lo posible el Gran Complejo Económico Político que nos dirige. Y esto, con el peor de los grises: el gris del desencanto.

En estas hojas nadie intente encontrar en ellas un valor teórico que las salve de su insoslayable condición deleznable, panfletaria. Más que valor académico (al diablo con los académicos; el conocimiento, lo dice un exuniversitario, no se encuentran en las áulas académicas), este análisis político-costumbrista de la villa pretende ser (creo sin poder lograrlo) de valor práctico, social y ¿por qué no? utilitario; que sirva como revulsivo de toda crítica estancada por la indiferencia, el hambre de mis congéneres, la anemia del hombre de las comisarías, la complacencia o la esquizofrenia de los que nos mal gobiernan. La justificación que antepondría a las objeciones de los que conocen –que son muy pocos –mis gustos intelectuales (mil veces he dicho que la poesía y el pensamiento no se deben rebajar al lugar común de la plaza pública, donde las moscas vuelan en círculo alrededor de la vulgaridad, según Nietzsche), y que me llevó a salir de mi torre de marfil libresca (me siento mejor discutiendo con los “Grandes Muertos” de la humanidad que con los aburridos vivos de mi pueblo), para de ese modo escribir sobre el bullicio tronitonante del pandemónium de los intereses mezquinos de olvidables y grotescos personajes de la villa, es, no veo otra, unos fragmentos del poema “A los que nazcan más tarde”, de Bertolt Brecht:



“También sería con gusto un sabio.

En los viejos libros se dice qué es ser sabio:

mantenerse fuera de las disputas del mundo y pasar

sin temor el corto tiempo que a uno le ha sido deparado.

También, manejarse sin el uso de la fuerza,

retribuir el mal con el bien,

no satisfacer los deseos propios, sino olvidar,

significa ser un sabio.

Todo esto no lo puedo hacer.

¡Realmente, vivo en tiempos tan sombríos!”



Si antes me consideraba un diletante exquisito de la literatura mortinata, el arte y la filosofía pesimista, una especie de descastado profesional, hoy estoy convencido de que la lucha del escritor –lucha con, contra, desde las palabras-, es a beneficio exclusivo de la única humanidad que me interesa: los condenados de esta tierra, que no cuentan sino con su silencio o su grito de rebelión frente al poder que los avasalla, aniquila, desprecia, ningunea, intoxica, aparta. No obedezco más que a la voz de la razón, a mi conciencia y a la voz racional y conciente de esos hombres, mujeres, ancianos y niños que no salen en las fotografías oficiales del progreso capitalista, ni en las secciones de sociales de la gente bonita, la “gente de razón”, en los periódicos peninsulares. Con ellos aprendí la capacidad de generosidad, de franqueza ante lo que no cuadra, de depurada memoria de las relaciones de agravios impunes que cargan las élites gobernantes. Estoy convencido de que sin ellos, mis hermanos indígenas, los derechos humanos y la justicia social es una pendejada más de discurso vacío, esquizoide. Contra todos los designios fascistas que se implementan para destruir a los hijos del Mayab (el caso de Ocxuc es uno de ellos, punta del iceberg en medio de un océano de asilenciamientos sistemáticos), el escritor no puede estar sino comprometido a ultranza con las causas de los humildes, señalando sin retóricas los casos fragrantes del poder del Estado (monstruo de alma fría, adjetivó Nietzsche) en contra de los “ciudadanos de a pie”; el escritor debe ser la conciencia de los desvalidos, los marginales, los excluidos, huérfanos, viudas y prostitutas. Un tribuno de la plebe[2]...

Después de estas palabras introductorias, afirmo que el cálamo de la escritura polemista ha venido a llamar a mi biblioteca silente de lector compulsivo, requiriéndome que la tome entre mis dedos (iba a escribir: “entre mis brazos”), y con ella empiece a borronear estas albas hojas de mi cuaderno de escritura, para hacer la crítica despiadada de las costumbres de esta población árida del Sureste yucateco.

Creo que todos estamos civilizados como para hablar, incluso, hasta de las barbas de las monjas. Yo, como buen librepensador que soy, considero junto con la Constitución (artículo 7º) que “es inviolable la libertad de escribir y publicar escritos sobre cualquier materia”; que “ninguna ley ni autoridad puede establecer la previa censura, ni exigir fianza a los autores o impresores…” etcétera. Esta cita de la C.P.E.U.M. es con el fin de calmar a los posibles zafios o gamberros bienpensantes que verían con malos ojos que un hijo de vecino (el hijo del hojalatero) emita comentarios no del todo católicos, rutinarios; zafios que no conocen otro derecho (y otra manera de discutir) que el derecho y la discusión que propugnan los fascistas. Es decir, la ley de Calicles, del más bruto en tensión muscular, del terror justiciero del puño, la ley de las balas o de la fanfarria alcohólica.

Soy intolerante contra todo tipo de intolerancias, y la intolerancia mayor se da en los partidos de autócratas (inclusive los auotócratas, los que tienen alma de dictadores, necesitan de un partido, de sus “tontos útiles” para llegar al poder) , que delimitan la discusión según el estado de salud física del contrincante. Para ellos, un sopapo o una bofetada son mejores argumentos que los silogismos de Aristóteles. Esta forma de discusión, por supuesto, va en contra de los principios más elementales de la democracia. Rubert de Ventós ha escrito, con suave ironía, que “la democracia es una iglesia donde todos son herejes”, donde ser ortodoxo y pugnar por la ortodoxia en el plano no sólo político sino de pensamiento, de ideología, es contravenir fragantemente el principio primero de la democracia: el principio de incertidumbre. Nada es definitivo en ella, la ruptura es condición de su permanencia… Pero por el momento, aquí no se teorizará sobre democracias –otros mejor preparados que yo ya lo han hecho mejor- ; lo único que digo de esto es que no creo en las democracias[3] y menos en milenarias Iglesias: ¡No se que esperan los curas para excomulgarme! Me daría igual. “Hablo siempre desde un ateísmo que ni alardea ni reniega de su nombre y que rechaza la manía clerical que lo descalifica como pobreza espiritual o como vulgaridad cultural”[4]. O como dijo Cioran, contra los poseídos por el dogma: “Los verdaderos criminales son los que establecen una ortodoxia sobre el plano religioso o político, los que distinguen entre el fiel y el cismático”. Para mí eso es la iglesia (hablo en exclusiva de la católica, donde sin consultarme fui bautizado): una “burocracia celeste” (o burrocracia) de criminales del pensamiento, creadores de muerte.

Hablo siempre, también, desde una posición sin partido. Un paria de toda relación de partido, alejado de la plaza pública y de los grupos esquizofrénicos donde se consolidan los contubernios de los obsedidos del poder. Intolerante contra las aberraciones sociales (las pinches asimetrías sociales) que hieren la actitud ético del ojo crítico, fanático contra todo intento de perpetración del expolio enajenante de los hombres. Llámese a estas enajenaciones como ustedes gusten: inquisitoriales de corte decálogo fundamentalista propuesto por las enseñanzas “infalibles” e “irrefutables” de los aburridos tonsurados que escriben cartas pastorales; o fanatismos de los semianalfabetos intelectuales orgánicos del poder gansteril que componen semblanzas dizque históricas de la villa (con una redacción pedestre y una sintaxis arruinada, el cronista urde la ficción pueril de su familia monótona); fanatismos de los que componen el “Manual del buen ciudadano petuleño”, o el “Buen padre de familia”, u otras vainas similares a éstas, pero avocadas al quehacer político: el “Manual del buen Prianista”, texto en potencia del insigne cronista de la villa.

Para el relativismo filosófico, arma de doble filo, la única verdad es que no existe La Verdad –así con mayúsculas-, sino múltiples verdades[5]; o cuando menos, distintas realidades, duras realidades, insoportables unas, injustas las otras. El caso más triste es la realidad-verdad del indígena petuleño: su verdad, su realidad, es un futuro acéfalo, gris, ya no verde, jodido. ¿Y estos chacales del Prianismo, cómo se atreven a mirarlos directamente a sus ojos oscuros, sin rastro de esperanza?

La otra es la asqueante realidad de los que gobiernan o gobernaron: ¿Cómo vive la claque corrupta de los presidentes del PRIAN (PRI + PAN) que nos mal gobernaron?En una situación cínica de confort y comodidad insufrible, pagados por su agandalle voraz del erario público. Si yo preguntara al ciudadano común (es decir al tricicletero, al campesino, al maya, al media cuchara que se va a la Riviera Maya en busca de lo que no existe en su villa, al que emigra al Norte) en qué se diferencian los dos Gilbertos que han pasado por el palacio, la respuesta es obvia: sería solamente en el apellido…Sus vicios y latrocinios los emparientan.

Realidades sociales cortadas con el hacha de la avaricia, de la explotación sistemática, del expolio laboral como condición primera para la movilidad social, del envenenamiento alcohólico de la población enajenada. En este último tópico, que lo diga si no el próximo presidentillo que nos gobernará en los próximos tres años. Si el artículo 39 de la constitución política afirma que “la soberanía nacional reside esencial y originalmente en el pueblo”, esto en Peto es letra muerta, papel mojado, artículo que a los detentadores del poder esquizofrénico en la villa, no les interesa. Sin tener en sus venas de babuinos la sangre azul de Luis XIV, dicen: “Nadie fuera de nuestra familia, nadie fuera de nuestro círculo de amigos o compadres ostentará el poder. El poder no lo compartimos con nadie, el poder somos nosotros”. Y en esta compadrocracia (gobierno de los compadres) que nos mal gobierna, administrar el municipio es cosa única de los doctos contumacez de las cíclicas falacias. El prometeo[6] político es un axioma social que, como las fiebres tercianas, recaen cada tres años en el muladar de la desesperanza de esta villa.



Quiero transcribir un poema que borroneé en una noche lejana, con los cuernos de la luna surcando silenciosa el cielo nocturno, fumando mi pipa, y con una filósofa de cuyo nombre no viene al caso acordarme:



En esto tenía que convertirse el pueblo

Mesalina fantástica, burgo podrido

que se vende con treinta denarios de hambre.

Pero el pueblo, bienpensantes

Sólo es eso en la superficie de su pobrerío

El contorno de su abismo

Virgen aún para mis manos que tanto la desean

Su amor largo, extraño, los cerdos no osan hozarlo.



Para el buen entendedor pocos (y malos) versos… Yo creo –idiotamente creo- que Peto aún tiene esperanza. No importa que no exista seguridad al caminar por sus goteras, no importa que se aprueben demasiadas concesiones de expendio de cervezas, no importa que las calles se encuentren malísimas, o que el hombre de las comisarías tenga que emigrar a la Riviera por que el agro no le rinde.

Otra cosa son los grupos mayas de Yucatán, de Peto, enfrentados o comidos por la globalización (globalizados frente a globalizadores) de las costumbres de Occidente. Un pueblo (me refiero a los mayas) que, de denodadamente luchador contra los dzules desde el primer instante que los barbudos llegaran a la península, se ven obligados –enajenados, expoliados, desindianizados, apendejados –en esta inopinada coyuntura histórica global, a amoldarse a las circunstancias únicas que Occidente les oferta, vaciándolos de la carga histórica de su memoria milenaria. Mientras se cumple a la perfección este desarraigo involutivo del elemento maya, los políticos veniales juegan un match de resquebrajamiento histórico de las distintas regiones del mundo: por debajo de las estructuras económicas o políticas (en esta visión monolítica de la vida propuesta por la mafia de los neoliberales, la política no cuenta más de lo que vale un grano de mostaza) lo que cuentan son los designios y los parámetros totalitarios del occidente mercantilista (léase Estados Unidos).

¿Quién fue el imbécil que tuvo la tarúpida idea de hacer un museo para los que arriesgan el pellejo en busca de la dolariza allá en Gringolandia? No dudo que son héroes, pero no todos los que cruzan el Bravo son famélicos. En esto también la escala del hambre subsiste: compárese sino la degradación social de un maya que emigra hacia el norte con la de uno cuyos familiares cuentan con lo que no cuentan los familiares del maya de las comisarías; pero esta heroicidad (impostada o no) no me impide reconocer que la causa de su emigración se debe a que Peto, como economía autárquica, es una mierda: el agro está podrido, no hay fuentes de ingreso suficientes, la educación no ilustra, nadie se queja. Peto, como todo el Sur de México, es una sociedad semiagrícola que se pudriría si no tuviera esa virtual válvula de escape que son las remesas de los emigrantes o el trabajo en la industria de la construcción hotelera en la Riviera Maya. La idea de la movilidad social en este villa ha cambiado de forma tan rotunda los últimos treinta años; anteriormente, para un hijo de campesino era un prestigio inmensurable que su vástago se recibiera de maestro; hoy el prestigio se reduce a irse lo más pronto posible hacia los Estados Unidos para troquelar billetes verdes, construir la casa de los padres , traer la troca en diciembre, y volverse a ir hasta que en definitiva se queden. Lorenzo Meyer, en un artículo publicado por el Diario de Yucatán el 21 de Junio de 2007, cuenta que una frase de Monsiváis resume los deseos de la mayoría de los mexicanos:



“Fue durante la presentación de un libro sobre migración –cuenta Meyer- que Carlos Monsiváis afirmó, tan contundente como desencantado, que hoy la única utopía del mexicano común y corriente consiste en abandonar el país para irse a trabajar, como documentado o indocumentado, a Estados Unidos. La utopía del mexicano emigrante parte de una base muy legítima: de su enorme disposición a aprovechar las condiciones que supone que hay en el país del norte para aquellos dispuestos a trabajar “en lo que sea” a condición de que el esfuerzo de los frutos a que se aspira cuando se es joven y se está dispuesto a arriesgar mucho con tal de superar las enormes limitaciones que impone una sociedad como la mexicana, donde el crecimiento económico es magro y, sobre todo, donde cada vez es más claro que sólo los pocos tienen una oportunidad real de movilidad social. En principio, una utopía genuina es tal justamente porque no existe, pero es deseable. Como se recordará, en el origen el concepto se refería a una comunidad imaginada donde sus miembros coexistían en una relación perfecta y armoniosa entre ellos y con su entorno. Utopía, esa isla que Tomás Moro imaginó en el siglo XVI, estaba sostenida por instituciones y por políticas que eran producto puro de la razón y de la ilustración.

En contraste, la utopía a la que se refirió Monsiváis es una bastante diferente; no tiene nada de relación perfecta y menos justa, pero pese a estar torcida o justamente por ello, está más cerca de la realidad y, en cualquier caso, funciona en el mismo sentido que la original: su existencia en la mente de millones de mexicanos a lo largo de más de un siglo es una motivación para actuar y una acusación indirecta a un estado de cosas insatisfactorio, contrario a la promesa de las élites políticas y económicas que desarrollaron y se beneficiaron del sistema de poder que hoy impera en México.” (Lorenzo Meyer, “De vuelta a la esperanza colectiva, las utopías torcidas”, Diario de Yucatán, edición virtual del 21 de Junio del 2007)



Con parsimonioso caminar, las sociedades agrícolas[7] van siendo desbrozadas, de forma ineluctable, por una reconfiguración absoluta de ellas, con tópicos tecnológicos, necesidades autoimpuestas, multimedia, capacidad de autoaniquilamiento de las estructuras identitarias, erradicación del verso o de la prosa combativa. A la pregunta ¿Qué es la literatura? Sartre se respondía: es el lugar en donde hablan “los que no tienen voz”. No olvidemos que, los que no tienen voz, las más de las veces no cuentan con el tiempo de la lectura: el trabajo en los complejos hoteleros o las cadenas de comida rápida en Gringolandia (Chilis, Chevis) de los petuleños, apenas les suelta horas de vida.

La consigna del pensamiento único –Galeano, Vázquez Montalbán, Ramonet dixit- que devora, cual caníbal sin llenadero, las identidades y las soberanías de los pueblos, se reduce al objetivo inequívoco de producir y producir, embotar el ser con el tener, crear el imaginario de lo posible –es un crimen pedir lo imposible en estos tiempos tan iscariotes, de poesía chabacana y centros comerciales- rodeando la conciencia con trabajo embrutecedor y ocio inútil. Este sistema capitalista atroz (Grigori Zinoviev dijo que el comunismo es el futuro radiante de la humanidad; tal vez. Pero de lo que no tengo duda es que el capitalismo es el presente ominoso de ella) que desmitifica pueblos, excluye a millones o desindianiza a los mayas de Peto, ha convertido al hombre (los pueblos indígenas de Yucatán, pocas bolsas de resistencia que quedan…en estado miserabilis, se ven reducidos a ser los conejillos de indias folklóricos, o los semiesclavos de las construcciones en los complejos hoteleros del corredor turístico Cancún-Riviera Maya) en un “¡Ángel con grandes alas de cadenas!” (El verso es de Blas de Otero). Dudo que esas alas, por su peso, lleven algo bueno a los pueblos. La polución del ambiente corrobora esta cláusula…



DE LA LUCHA ECONÓMICA EN LA ALDEA PETULEÑA, LUGAR DONDE NO PASA NADA SINO FÚTBOL ABURRIDOR (INCLUSO EL FEMENINO), MISA MISTAGÓGICA LOS DOMINGOS, BAILES ALCOHOLIZADOS, Y UNA QUE OTRA BANDERILLA DE CUERNOS LOS DÍAS DE LUJURIA SIN LUNA.



“La lógica de éste sistema es de una simplicidad brutal: esta ley determina una acumulación de miseria proporcional a la acumulación de capital; lo que en un polo es acumulación de riqueza es, en el polo contrario, acumulación de pobreza, tormentos de trabajo, despotismo, ignorancia y degradación moral”. José Revueltas.



Esos pinches putos creen que jodidos nos vemos más bonitos… (Discurso de concientización clandestina del poeta Vilax en la comunidad de Cantemayec, pueblo digno. Los “pinches putos”, como ustedes suponen, es la clase explotadora de la villa de Peto.)

Alguien debe recordar la condena de Santo Tomás a los que se enriquecen con el sudor del pobre.

Lucha económica.



Verbigracia.- Los comerciantes petuleños, los pequeños y medianos comerciantes confrontándose vis a vis con la clase proletaria. ¿Quién de ustedes señores comerciantes respeta los valores fundamentales del derecho social, articulado en el título sexto, “Del trabajo y de la previsión social” del artículo 123, apartado A, de la fracción I, de la Constitución mexicana, que dice lo siguiente?: “La duración de la jornada máxima será de ocho horas.”



La prueba de cualquier hecho hay que buscarla no en las palabras, sino en las condiciones reales



John Kenneth Turner, el gran reportero de las revoluciones del siglo XX, en su ya clásico libro sobre la proto Revolución mexicana de 1910, “México Bárbaro”, escribió lo siguiente[8]: “¿Esclavitud en México? Sí, yo lo encontré primero en Yucatán…Los hacendados no llaman esclavos a sus trabajadores, se refieren a ellos como gente u obreros, especialmente cuando hablan con forasteros; pero cuando lo hicieron confidencialmente conmigo me dijeron: “Sí, son esclavos”. Sin embargo, yo no acepté ese calificativo a pesar de que la palabra esclavitud fue pronunciada por los propios dueños de los esclavos. La prueba de cualquier hecho hay que buscarla no en las palabras, sino en las condiciones reales”.

Y lo encontro, vaya que lo encontró Kennet Turner. En su libro, en el capítulo titulado “Los esclavos de Yucatán”, narra la manera en que cómo eran explotados los mayas (y los yaquis y chinos) en las haciendas henequeneras, a más no poder, hasta, literalmente, exprimirlos. También da relación de los distintos modos de castigo a que eran sometidos. Las historias que cuenta Turner son escalofriantes por su realismo seco, sin retórica que haga menos duras las inhumanas imágenes. Imágenes de degradación, de abyección. Turner, al ver la faena cansadora de un grupo de mujeres mayas que molían el nixtamal en el petate, y al saber que todo el día, de sol a sol hacían la misma faena, por humanismo le sugiere al hacendado comprar un molino (de mano por supuesto) para así hacerse más rápido el trabajo y menos cansado para las indígenas, el hacendado sólo acierta a contestarle que se le hacía más barato las vidas de aquellas mujeres que el mentado molino. Otros pasajes similares se narran en ese libro. Una relación escritural de violencia y desprecio a que fueron, son y tal vez sigan siendo los mayas de Yucatán.

Esto en lo relativo al “sistema de deudas” que imperaba en la dorada era henequenera del sistema económico feudal en Yucatán, antes y después de Olegario Molina y sus adláteres de la “Casta divina”. No afirmo rotundamente la analogía absoluta entre el sistema de deudas que subsistió en Yucatán con el sistema jurídico que gira en torno al contrato de trabajo (hecho a veces con cláusulas que violentan los principios generales de Derecho en materia laboral) que se establece y se lleva a la práctica en la actualidad en la villa, porque derechos laborales en Peto no hay. Creo que todos conocemos la parte final del articulado 17 de la Constitución, que dice que “Nadie puede ser aprisionado por deudas de carácter puramente civil”. Por tal motivo el “sistema de deudas” es cosa de un pasado oscuro donde las grandes haciendas henequeneras, aspergeadas por la complacencia del señor obispo, campeaba.

Hoy la explotación y el esclavismo no se dan de esta forma tan bárbara. Hoy la explotación y el esclavismo se sirven con recetas trucadas y amañadas de la ley. La clase burguesa de los pequeños comerciantes, con tal de enriquecerse lo más pronto posible con “el sudor –y el hambre- del pobre”, no respetan ni mínimos salarios (de hambre), ni horas laborales o la condición del trabajador que contratan. No les importa seguir requiriendo los servicios de mujeres grávidas mayores de seis meses, o a menores de edad. Defender la niñez, ¡por supuesto!, eso es cosa loable, pero ¿a quiénes les compran los panuchos en las refresquerías del mercado las señoras piadosas los días domingo cuando salen de la iglesia después de haber confesado sus pecados de alcoba? Ya ni el cura les obliga a respetar el día consagrado al señor. Y no hablo ya de vacaciones y primas vacacionales: ¡Eso sólo les incumbe a los profesores pintorescos!, que no han hecho mucho –por no decir nada –para llevar a sus escolapios a un pensamiento vivo, crítico de todo el sistema de cosas inútiles que inutilizan a diario: ¿Querés la inteligencia?, mi consejo –tal vez diría don Arturo Cuyas- es que no te juntéis con un profesor de la villa. Wole Soyinka escribió que “el hombre muere en todos aquellos que mantienen silencio ante la tiranía”, y por el momento yo no quiero morir, y por eso señalo, y por eso escribo la obviedad de lo evidente: ustedes, miembros bienpensantes del comercio, busquen sus orígenes en los explotadores de antaño que reportó John Kenneth Turner.



La lucha política y teórica (a grandes rasgos: mierda pedagógica de los burgueses de arriba para embarrar a los jodidos de abajo)



Octavio Paz escribió su delimitación de escritor frente al poder (cualquier tipo de poder): “Como escritor –dice Paz- mi deber es preservar mi marginalidad frente al Estado, los partidos, las ideologías y la sociedad misma. Contra el poder y sus abusos, contra la seducción de la autoridad, contra la fascinación de la ortodoxia”. Frente a dicha marginalidad, acoto aquí que un escritor, comprometido en la lucha a favor de los pobres, no puede pasar de largo, con indiferencia, frente al pueblo constreñido por los abusos del poder, del hambre, de la injusticia social, de las chacales pedagogías de un grupo selecto (los chacales de arriba) que mueve la maquinaria política y teórica para refrendar sus verdades prehechas, descafeinadas de anomalías sociales (verbigracia: la desazón del campesinado, el pauperismo maltusiano del hombre de las comisarías). Para el grupo selecto que gobierna, como braquicéfalos Cándidos salidos del libro de Voltaire, el convencimiento de vivir en “el mejor de los mundos posibles” es un axioma irrefutable. Craso error.









Historia de los oprimidos



“Sólo gracias a aquellos que no tienen esperanza nos es dada la esperanza.” Herbert Marcuse.



El ejército son los pobres en armas, y su única y principal arma es “la” hambre atroz. (Cita del libro, “Cartas a una joven prostituta”, del maestro Vilax).



La realidad social del México profundo contemporáneo (me sirvo de la tesis de los dos Méxicos del maestro Bonfil Batalla) es producto de quinientos años de rechazo, odio, incomprensión, indiferencia, suspicacia, que se ha dado en las distintas oligarquías desde el día siguiente después de la Conquista. La población mexicana, actual y desde siempre, es anfractuosa, con diferencias abismales entre los dos polos de radicalización económica en que se encuentra estructurado el aparente orden social mexicano. Por un lado, la punta visible del iceberg económico-social, reducidísimo, se encuentra copado, de forma inamovible, por un grupo que en su condición cultural, es negadora pertinaz de lo no occidental. Es decir, el elemento indígena. Blancos, criollos e hijos de razón, herederos directos del señor conquistador, son negadores no sólo del pasado, sino también del presente indígena. Pero bajo el pico del iceberg del poder, la inmensa muchedumbre de los oprimidos ruge su descontento, bate olas de justicia de reivindicación contra sus opresores, señala, se omite a veces, pero en su resguardo histórico la memoria persiste, intocada: una memoria tachonada de abyecciones, de hambre, de deseperanza. Bajo “las aguas heladas del cálculo egoísta” en que los tienen sumergidos, los oprimidos viven y mueren su vida cotidiana de miserias, su vida sin horizonte, su flaca vida desenamorada y sola, su terca vida que persiste en ser…Pero un día cualquiera se levantan emputados para hacer la Revolución.

La lucha política y teórica se entiende en un contexto histórico en donde el grupo político que ostenta el liderazgo de opinión, de discurso televisivo orwelliano, de disposición selecta ante la prensa o la estilográfica del escribanillo a sueldo, configura una imagen inconsútil de historia terminal…En dicha historia, los oprimidos, -desde el primer instante de la conquista los mayas, esos profesionales de la esperanza-, el hombre de las comisarías petuleñas, mujeres, niños y ancianos, son omitidos, segregados. No hay historia para ellos, menos justicia:

“La justicia para los pobres ya se subió al cielo” es una frase genocida que Manuel Mendoza Cortina, hacendado de Cuahuixtla, profirió en 1878, burlándose de los indios sin tierra del pueblo de Anenecuilco[9] del estado de Morelos. Esta frase, en los comienzos del siglo XXI, lo puede suscribir cualquier miembro prominente de la clase explotadora de esta villa.

Frente a una historia única, burguesa, del poder político y económico que lo respalda (con actos criminales, porque todas las emanaciones del poder son actos criminales[10]), narremos una historia de luchas, confrontaciones sociales, de contradominio; una historia de los oprimidos[11], o “cultura de la resistencia de la civilización negada” (Bonfil Batalla, dixit), que es una respuesta a la conjura de las máscaras y los silencios que se imponen desde arriba. De esta civilización negada por los caxlanes o los dzules, de este “Mexico Negado”, Bonfil Batalla teoriza con lucidez su conformación secundaria en el imaginario social:

“El México profundo está formado por una gran diversidad de pueblos, comunidades y sectores sociales que constituyen la mayoría de la población del país. Lo que los une y los distingue del resto de la sociedad mexicana es que son grupos portadores de maneras de entender el mundo y organizar la vida que tienen su origen en la civilización mesoamericana, forjada aquí a lo largo de un dilatado y complejo proceso histórico. Las expresiones actuales de esa civilización son muy diversas: desde las culturas que algunos pueblos indios han sabido conservar con mayor grado de cohesión interna, hasta la gran cantidad de rasgos aislados que se distribuyen de manera diferente en los distintos sectores urbanos. La civilización mesoamericana es una civilización negada, cuya presencia es imprescindible reconocer”.[12]

En esta historia del poder en México, en sus tres niveles de gobierno, los grupos indígenas son devorados, excluidos de forma sistemática en la toma de decisiones tanto político-económicas como de propuestas culturales, por el poder esquizofrénico de los grupos hegemónicos. En Peto, hay que recalcarlo, estos grupos hegemónicos se encuentran axiomáticamente “blanqueados” alrededor del primer cuadro de la villa. Etnofagia, articula Héctor Díaz-Polanco a esta forma de canibalismo[13] de los grupos dominantes sobre los grupos oprimidos; desindianización o etnocidio sugiere Bonfil Batalla. Yucatán es un estado puntal en la esquizofrenia de sus grupos dirigentes frente a la conflictiva social de los indígenas. El caso más representativo es el antecedente histórico de la Casta Divina (actualmente beduina), descendiente directa de los conquistadores: en Yucatán, tierra de mayas, el maya es omitido, sesgado, apartado, estigmatizado. No necesitamos el ejemplo ominoso de Sudáfrica para entender el Apartheid. Peto es otro ejemplo arquetípico. En la conformación de la lista de presidentes municipales, nadie ose esperar en ella el nombre de un hombre de las comisarías, o de un campesino de las goteras de la villa. El poder no se comparte, dice la clase blanqueada petuleña que nos gobierna.

¿Por qué los indígenas de América? ¿Por qué siempre ellos en la escala más baja del marchamo económico, viviendo en un estado forzosamente frugal de subsistencia, desnutridos las más de las veces, analfabetos y sin horizonte? Las respuestas varían. Van desde las muy fascistas e ignorantes, que los conciben como “pendejos por naturaleza”, “jodidos” o “huevones” (esta es la opinión deleznable de los spenglarianos irascibles vociferando la grandeza de Occidente), que se encuentran de ese modo porque la selección natural así lo dispone: avanzan los más aptos, los más chingones, es decir, los blancos y nuestros primos los blanqueados (léase mestizos). Otra respuesta es la que varios antropólogos hacen suya: porque su visión cultural no coincide con la visión pragmática y progresista de Occidente: aquella visión de consumo y producción a más no poder, el mito del Progreso de la humanidad rubricado por el siglo de las luces, el industrialismo inglés, el postindustrialismo, la expansión económica universal prevista por Marx como colonialismo del Capitalismo en las periferias del globo, hasta el cambio de la condición humana que Ivan Illich apuntó. Al respecto escribe Illich lo siguiente: “Las necesidades que la danza de la lluvia del desarrollo provocó no sólo justificaron la expoliación y el envenenamiento de la Tierra: también actuaron en un nivel más profundo. Transformaron la naturaleza humana. Convirtieron la mente y los sentidos del homo sapiens en los del homo miserabilis. Las “necesidades básicas” pueden ser el legado más insidioso que deja el desarrollo”[14].



“Los estudios históricos –señala Octavio Paz –son descripciones e interpretaciones del pasado de una sociedad; mejor dicho, de sus pasados pues en todas las sociedades y singularmente en la mexicana el pasado es plural: confluencia de pueblos, civilizaciones, historias. Pero también son una terapéutica de sus males presentes…” Pasados vivos, siempre sesgados, mixtificados o mitificados. Escribe Paz: “Al lado de los mitos: los silencios y las lagunas”. Sírvase ese apunte de Paz para argumentar contra todo intento de interpretación del pasado petuleño desde una óptica unívoca sustentada en la falacia de pensar que sólo la voz de mi tribu, grupo o familia, es indispensable para conformar el texto que clarifique las estructuras del presente (y hay que señalar que son estructuras nefastas y nefandas). Cuanto más, la historiografía del grupo hegemónico vendría a ser la piedra de Roseta que teorice las aberraciones, los dislates, las estolideces y las injusticias del presente. Por que, como dice Bachelard refiriéndose al avance del conocimiento…”solamente en nuestros días es cuando podemos juzgar plenamente los errores del pasado (espiritual).”



Esbozo etnográfico de un Municipio en ruinas



La primera lucha del escritor es contra sus paisanos…Augusto Monterroso

Lo primero que se me ocurre para reconciliarme con la humanidad es la destrucción por bomba atómica de mi pueblo… (Frase cáustica del maestro Vilax, en charla trunca con su compadre Abdel el turco, vendedor de vinos de la villa, en el café “El cafeinómano”)

“Nuestros juicios son malsanos y obedecen a la depravación de nuestras costumbres.” Montaigne.



En un primer punto, lo que primero resalta en las clases más o menos no famélicas del pueblo de Peto, es su voluntad de desarraigo: los hijos de éstos no se juntan con los wiros o la naquiza con rasgos indígenas muy marcados; no obstante que los niños y las niñas bien, “blanqueados”, pertenezcan al indio desindianizado. Son muy pocos los que se jactarían de llevar una herencia hispánica pura. Posterior a la secundaria – obviando que en la villa existen dos escuelas de nivel medio superior – los hijos de la raquítica clase media van a seguir estudios a la blanca Mérida (nótese la semántica racista del término “ blanca Mérida”); estudios que, en su mayoría, los realizan en las Escuelas Normales con el fin último de sacar el excelso y huevón título de profesorangos…Digamos que es una seudo burguesía, por que los “usos y costumbres” de estos “blanquedos” en nada se distingue de los usos y costumbres de los wiros (es decir, la gleba, la leperuza, el peladaje, la “grey astrosa” velardiana, el populacho, el infelizaje, la peonada, el lumpenproletariado, “los condenados de la tierra”, en una palabra “los jodidos de las lajas yucatecas”). Esto es comprensible porque, en un pueblo chico, donde ni los profesores de bachilleres, la prepa y la U.P.N leen (es decir, se imbecilizan por propia voluntad), no hay que exigirle erudición a la naquiza de los seudo burgueses. La ceguera axiológica y cultural de este grupo social es en verdad macabra: avezados horizontalmente a sólo manducar, follar, mal beber cerveza, ir a misa (por obligación, costumbre, inercia o estupidez fanática) los días domingo a escuchar paralogismos teologales de un cura desinformado del Concilio Vaticano II, que defecan sus vanos deseos de coito en los montes de las afueras o en los sitios en despoblado, surcando las calles congestionadas de baches con sus motos y autos de sus profesorangos padres –la naquiza-naquiza también cuenta con sus motitos y sus cochecitos últimomodeloatodamadre-, se ven negados a degustar una tragedia de Shakespeare, un poema de Pound, o un ensayo de Adorno sobre si es posible hacer poesía después de Auschwitz. Y yo me pregunto ¿es factible hacer poesía después de haber nacido en este pueblo de filisteos? El epígrafe de Monterroso es exacto para el que pretenda salir del mar de idiotez de su lugar de origen: “La primera lucha del escritor es contra sus paisanos…” Nací en Peto, pero prometo que no lo vuelvo a hacer.

Para los blanqueados hijos de familia profesoral que van a misa los domingos y beben con pundonor para ser joviales, la razón de que cuenten con amigos no blanqueados, es simple y a la vez cursilona: quieren resaltar su blancura a la vista de las féminas racistas.

Entre la seudo burguesía petuleña no existe, por supuesto, el hábito guardián de la lectura sin más ni más, que distingue a los hombres y mujeres prisioneros de una cultura libertaria confrontada a la sinrazón de los paisas localistas, que conciben al mundo entero como su aldea ( o como San Rafael California). Entiendo por “colonia” a la extensión topográfica de un determinado número de casas que conforman un caserío, y en donde se da un cierto y primitivo “sentimiento de identidad”, que nos hace proferir frases e ideas esquizoides y estúpidas que dividen al pueblo, al municipio, al estado, a la nación, al mundo y al universo, en dos bandos irreconciliables: Los del barrio o la colonia de “la Fátima –los mejores, los que, de bóbilis bóbolis, son de naturaleza depurada frente al resto de los bárbaros de las otras colonias: simios que apenas se yerguen – frente a los de “la Benito”, la “Esperanza”; o los cerdos del cacofónico “Barrio Pobre”, pendejos por voluntad, bendición o fatalidad divina.

No existe, of course, entre la seudo burguesía, la amabilidad del baile, el music-hall o la fiesta de los toros. Puras charangas charras que hacen sudar la gota sebosa a las braquicéfalas petuleñas.

Algo que no entiendo de los grupos primitivos –y la seudo burguesía petuleña no es la excepción – son esas tramoyas baileras con música llanera, que ellos reconocen como moderna, europea, orgullosamente imperialista. Sus “lucisonidos” (mezcla de turbia luz, humos y apeñuscamientos corporales en un lugar perfectamente reducido) se efectúan en canchas de baloncesto, o, el colmo de los colmos, en callejas tachonadas de baches. ¡Coño! ¡Y así quieres que baile un twist contigo amor mío!

Charlotada, leo en mi pequeño Larousse, significa corrida bufa con becerros. La excepción segunda es acción grotesca. Lo grotesco es lo ridículo, lo que provoca risa, cualquier arquetipo tergiversado hasta más no poder. En las “fiestas de toros” petuleñas, en las muy pocas a las que he asistido –siempre, por supuesto, teniendo como fin menesteres sociológicas y etnográficas –jamás pude vislumbrar los componentes más básicos (tercios, suertes toriles y garbo de los toreros , mansedumbre de los toros, insatisfacción conocedora en los tendidos, etc.) que una buena corrida nunca omite o soslaya. Si fuera un narrador consumado, daría en este esbozo etnográfico una descripción objetiva de las charlotadas que se realizan en los poblados de Yucatán, en cosos desechables denominados como tablados. La muerte, o la cursilaría de la muerte, es, según Hemingway, en la tarde. En otras partes de la República Mexicana se reconoce, algo que en Peto no ocurre, a estos remedos taurinos como lo que efectivamente son: calcas burdas de la ciencia de la tauromaquia.

Los “ganaderos” petuleños (un ganadero, a lo mucho, posee de dos a 20 cabezas de ganado y varios pies de cría, obviamente esmirriadas las vacas; pero un ganadero, un verdadero ganadero, solamente es el caco del momento que se encuentra en funciones, es decir, en el palacio municipal) se muestran reacios a asentir a mis profundos conocimientos taurinos. Peor para ellos.

Hablemos rápidamente de las vestimentas y los atavíos domingueros de los seudo burgueses: los chavales se asemejan – o ansían asemejarse –a los negros del Bronx de Manhatan. Sus giros lingüísticos, aunados a la carga jocosa de nuestra orgullosa pronunciación yucateca, se retrae a interjecciones, monosílabos, movimientos de la lengua sin abrir la boca: Hummmmmm, heeeeeeeey. Ni Saussure o Roman Jakobson podrían signiuficar este paleolítico jadeo viscoso de lenguaje asemántico. Para finalizar esta pequeña diatriba etnográfica, leamos lo que dice un poeta satírico de este pueblo:



“No aguanto a los petuleños. Soy petuleño, no me aguanto a mi mismo. Me produce basca o malestar de muelas observar sin reírme a esos monos de la seudo burguesía trajeados estólidamente con el sesgo mercantil de la contracultura americana; monos adolescentes (no por cobrizos, señalamos que ya se encuentran blanqueados; sino por hacer monadas y poses de monos), y no tan adolescentes, perfumados por melifluas fetidecez, y recargados de un pasado indígena en sus labios (deformación al cuadrado del idioma de Cervantes), eructos palabreros y formas estridentes de la cara; pasado que estos involucionados descendientes de las vergas españolas y los coños de las hembras de las hijas de Tutul Xiu, no ignorándolo, lo encubren, sombríamente, con gestos y gestualidades tragicómicas a la manera que la estética occidental construye. Su axioma es lo siguiente: “lo importante ¡ninio! es que te blanquees, blanquéate… ”



“Por más que en ellas se predique, las iglesias siguen necesitando pararrayos.” Lichtenberg.



Al Rey mago y sus ilustres bobos



La reacción nunca duerme…Juárez



“Señores eclesiásticos de mi país, de mi parroquia y de todo el mundo (que no es mi parroquia), hágoles saber –por no escribir aquí esa palabreja con que se nombra al acto inmundo y vulgar de contarle nuestras bajezas humanas al primer imbécil cura que se presente- mi orgullo jactancioso de sentirme miembro de la intolerancia jacobina…” Este es un extracto de un discurso del escritor apócrifo, Sergio Salvador Vilax, en un ensayo de dicción efectuado en una porqueriza, donde sus ínclitos oyentes eran cuadrúpedos chanchos. Vilax, por las tardes, trabaja barriendo caca y orines de cerdos. “Este trabajo humilde, aunque oloroso, de porquerizo –señalaba Vilax cuando le preguntaban por qué un filósofo ácrata se pasaba las tardes chambeando en los chiqueros de su abuelo, después de bregar toda la mañana con gruesos volúmenes y su vieja Rémington, tecleando, cual fausto sin margarita, teorías del universo que irremediablemente darían al caño del aburrimiento, componiendo epigramas de amor-odio a su musa Violeta que nunca los leería, o descomponiendo el soneto existencialista de la flor que se prostituye a la caída de la tarde, etcétera, etcétera…-no lo realizo con ningún fin cristiano, que anda en busca de la humildad. Los que por naturaleza somos humildes no necesitamos ningún pinche camino de Damasco que nos comunique al reino de los pobres. ¿Cristianismos a mí? ¡En mala hora tuvo que perder Juliano la guerra de intereses divinos! Se dice que Dios no debió haber creado al hombre, pero no se explica a cuál hombre. Lo cierto es que el buen Dios no debió haber creado a los hombres curas, a los políticos de esta villa, a los cronistas que hacen de la estupidez la navaja de Occam para definir el mundo. En estos tiempos tan iscariotes, mi oficio de porquero se delimita a barrer la mierda de los cerdos, que no ha sacrificarlos; porque yo no estoy libre y exento del peligro de que, con mis opiniones, los cerdos bípedos de esta villa se sientan pinchados en su culo moralista de personas intachables, y corra el peligro de ser lapidado al toparme con ellos en las cantinas que no frecuento, en el palacio municipal que rehuyo como la peste, frente al púlpito de la reacción que no visito por temor a que me echen baba infernal los obsedidos con los terrores del espíritu; o en las plazas públicas, donde revolotean las moscas alabarderas de los cerdos en el poder, los domingos idiotas. Estos chanchos cuadrúpedos de mi abuelo son muchachos muy portados, cagan lo que comen y no se avergüenzan, no tienen doble pensamiento y no pactan conciliábulos para derrocar al enemigo que no piensa igual que ellos. He conocido la virtud de los cerdos cuadrúpedos de mi abuelo; se parecen tanto a sus primos los cerdos bípedos, con la pequeña diferencia de que los primeros son hijos de Dios, y los segundos, ¡calamidad de calamidades!, hijos del señor cura…



En un cuaderno de escritura del 2002 –cuyo título, que pretende la ironía, se denomina “Cartas a una joven catequista”, he escrito lo siguiente: “En cuestiones de religiosidad (y sobre todo, en lo referente al tópico iglesia católica), soy un jacobino trasnochado, un burlador mefistofélico rozando los límites del ateísmo agonista; un despreciador de toda jerarquía seudodivina –mi lema es el “Non servian” luciferino- y abjurador de toda iconología monoteísta. No hay de otra sino ser intolerante contra los intolerantes…



“Las religiones, al igual que las ideologías que han heredado sus vicios, no son en el fondo más que cruzadas contra el humor”. Cioran



“Je sais que mom anéantissement sera complet.” Conde de Lautreámont.



Permítanme hablarles un poco de religión. Me explico: No tengo para nada esa “sangre de teólogo”, la peor sangre que podría correr en las venas de un humano, según Nietzsche. Para mí la religión –cualquier religión –es la abulia, la ebriedad, el indolor, la pasividad de los sentidos. Nos prometen otra vida ¿por qué no nos prometen ésta? Lo más monstruoso, lo descomunalmente monstruoso que el hombre ha podido crear, no ha sido el pensamiento antisemita de Adolf Hitler, ni que Calígula hayase nombrado cónsul a su caballo (acepto, junto con Swift en su libro “Los viajes de Gulliver”, la superioridad intelectual de los equinos por sobre todo humanoide que se crea descendiente de un dios), o que Nerón prendiera fuego a la altanera Roma para poner en práctica sus proyectos arquitectónicos. No. No es ni la tesis del fin de la historia del neoliberal Fukuyama, la creación de la bomba atómica, el feminismo que desfeminiza a las mujeres y las vuelve hombres sin balano; eso no es lo monstruoso: lo monstruoso, lo atroz, lo irracionalmente comprensible ha sido la creación, no de la idea de Dios, sino de su estructura religiosa, la cauda de los negadores de la vida, sus curas intolerantes, su “celeste burocracia”, sus absurdos maniqueísmos esquizofrénicos, sus altiveces de perfectos y sus poses de tribus elegidas que se jactan de ser los detentadores indiscutibles de la verdad. Paz escribió: “No hay despotismo más despiadado que el de los propietarios de la verdad. Los ricos tienen mala conciencia; la de los teólogos y los ideólogos es imperturbable: dictan sentencias de muerte con la misma tranquila objetividad con que encadenan razonamientos en sus discursos. Su lógica ignora los remordimientos y su virtud la piedad. Las iglesias comienzan predicando la palabra de Dios y terminan quemando herejes y ateos en nombre de esa misma palabra…[15]” La panacea de todos los males no es Dios (Se dice: “Dios no existe…” ¡Claro que Dios no existe! La existencia sólo es posible en términos de espacio-tiempo), el señor cura o los poderes políticos que sólo persiguen particulares hazañas de intereses personales. La razón histórica nos dice que ni la ideología comunista extinguió de plano toda la melancolía de la humanidad. El hombre, bien lo sabemos, es un bípedo implume que segrega melancolía sin ocaso. En este compartimiento estanco y dantesco de la historia en que nos han condenado los grandes muertos del pasado siglo XX –quisiera equivocarme, pero no veo salida posible al pantagruélico fracaso en que Peto ha devenido con los 71 años del PRI como gobierno-, el hombre, como bien dijera aquel inmortal andante caballero de rostro enjuto y flaco de carnes que recorría los campos de La Mancha sobre un derrengado rocín matalón, acompañado siempre de su fiel y basto escudero comilón y socarrón montado sobre un blando borrico, es hijo de sus obras. Más: yo soy lo que hago, y no lo que tengo. Marx no es la panacea, pero ayuda demasiado. De Cristo me impresiona dos cosas: su excesiva creencia en el hombre y su no menos humana disposición a la intolerancia, como cuando nos insta a dejar a los pobres muertos a la indefensión total: dejar a los muertos que entierren a sus muertos es una incoherencia y una contradicción del propio Mesías. En efecto, ¿no fue él el quien nos contó la parábola de los enfermos que necesitan, ellos y no los sanos, al doctor, no fue él que revivió a la hija de Jairo, a Lázaro…?

Jesús no era rico ni llevaba en su cuerpo suntuosa vestimenta. No vivió en palacios de mármoles y menos vegetaba de forma impudorosa, alimentado en exceso por sus fieles ovejas. Él se limitó a ganar el pan con el trabajo de sus manos callosas de carpintero. Fue pobre, teorizó entre los pobres, dijo que más pronto pasa un camello en el ojo de una aguja que un rico en el reino de los cielos. Habló de la comunidad de bienes entre sus apóstoles, desconfiaba en exceso del Cesar. Todo lo que perteneciera al Cesar –o al PRI- había que devolverlo, so pena de correr el riesgo de quemarte en el infierno –o cuando menos corregirlo. El fundador del cristianismo no calibraba positivamente las relaciones jerárquicas de subordinación y estratificación entre sus seguidores: los primeros –dijo-serán los últimos, y los últimos los primeros…. ¿Cumplen con esto los católicos de esta villa?









Apostillas a destiempo (Carta abierta) al libro “Semblanza histórica de Peto”, del filósofo Sergio Salvador Vilax, anarquista porquero del pueblo petuleño.



Escribir por ejemplo, un futuro libro de la historia petuleña que llevase por título: “El porvenir de una desilusión”.



“A todos nos persiguen nuestros orígenes”. Emile Michel Cioran.



Mi muy respetable cronista pepenador de ideúcas comunes de su cansino y difunteado ancestro, le escribo. Le escribo desde aquí, en medio de la náusea de la lectura de su banalísimo libro, tachonado de punta a cabo con desplantes insufribles de megalómano acabado; en medio de la turbiedad de sus palabras, le escribo: sépase que, en un tiempo (breve) en que estuve convencido que este pueblo se merecía algo más que anécdotas familiares, me dio la casquivana idea de llevar mi vieja Rémington –comprobará mi respetable cronista, que no cuento con laptop de universitario mimado por papi a mi disposición, ni estilográfica Montblanc de político mafioso que firma cheques a su cuenta personal; un simple porquero como yo sólo cuenta con su vieja Rémington, herencia de mi abuelo, desportillada por los años y el tráfago del tecleo incesante- a la sierrita del sureste yucateco para, emboscado y con mi pipa de palo de rosa, con ninguna luz por las noches que no sea la luz de la cazoleta de mi pipa y del fulgor opaco de la luna, realizar una contratesis exhaustiva de su libraco en comento. Pero mi abuelo, que posee una inteligencia schopenhaureana, senil es cierto pero schopenhaureana, me dijo que no era necesario, que el libraco no servía más que para una apostilla chambona. Y aquí me tiene, señor cronista, escribiéndole esta apostilla chambona e intempestiva (que en realidad, no es una apostilla sino los comentarios de un lector todologo a un autor de vaguedades), embotado con el olor agudo de los tímidos jazmines y la frescura intacta de los flamboyanes de la India recorriendo el jardín sereno de mi casa, donde practico el viejo arte de la escritura de a gratis. Yo creo, señor cronista, que sus opiniones de la villa en que nacimos (que son muy respetables, y nadie le impide opinar. Yo mismo lo hago, soy un opinador convulsivo, lo reconozco) se derivan, más que del estudio concienzudo de los hechos, en un encoñamiento avasallante de amor patermaterfamiliar. Eso yo no lo veo con malos ojos: poner por encima de todo a vuestra familia es cosa que todos hacemos, sin ser descastados, a diario…

Pero no se necesita ser la sibila de Cumas, señor cronista, para escribir que el proceso de ficcionalización de la frugal historia -o historieta parvularia- de Peto, llevado a cabo por su pluma afásica –a un a sabiendas de que peca de visión valetudinaria como para realizar las prospectivas sociales y el análisis lógico de las situaciones estructurales de la población- me parece la forma más atroz y despiadada de manipular la memoria histórica de los petuleños. Con intermitentes sombras y lagunas historiográficas, o con perezas bibliográficas propias de una angosta y atrofiada mirada intelectual, el cronista urde la historia amelcochada de su familia, refocilándose de lo lindo en imaginar, o en tratar de imaginar, que escribe el inapelable y definitorio libro sobre Peto, y que por tanto se siente facultado, él más que nadie, a discurrir de manera indiscriminada sobre los asuntos más disímbolos en que Peto, el imaginario pueblo, llegare a recaer.

Como álbum fotográfico, o como memoria evocativa de sus ancestrales amores familiares, no me interesa; pero usted, señor cronista, ha decidido, sin sombra de duda, a cumplir con la imbecilización exhaustiva de las raquíticas mentes petuleñas, al no respetar la jurisdicción de la realidad objetiva, de los hechos no sólo comprobados sino cotejados, confrontados con la variabilidad de fuentes que un historiador-cronista dispone en su taller de reconstructor del pasado o del devenir constante de los días. Uno de tantos peros que le pondría, y este es, por decirlo de algún modo, el pero más light: la fuente histórica principal que utiliza son las memorias (o desmemorias) de su abuelo, quedando así su libro como calca, sino fiel, al menos no del todo lejanos de los muy particulares juicios subjetivos de su ancestro. Incluso en los errores de sintaxis, del modo de conjugar los verbos, de trabajar con palabras híbridas (¡no me destruyas, por favor señor cronista, la lengua de Cervantes, de Paz, o del poeta Orlando Ojeda y Cetina!), ¡para que alargarlo!, de desconocer por completo la redacción más simple que un manual de ortografía pueda otorgar, el señor Arturo Rodríguez sigue, con la perfección de olfato de un sabueso tras su presa, las disquisiciones grises, pueriles y anacrónicas de su ínclito ancestro.

Su semblanza dizque-histórica (o para-histórica, por que en realidad no es una historia, lo que se dice historia, en la cual podamos confiar) es en realidad, como ya cite líneas arriba, un álbum fotográfico, un compendio genealógico y amiguero (la de usted, señor cronista), un “club de tobi” donde sólo entran unas cuantas personas. Créame, no me interesa ser parte de esa historia esquizofrénica.

No veo ahí ni al indio maya aporreando su humanidad en las lajas yucatecas, pudriéndose de hambre en los días de fiesta; no vislumbro al campesino, no observo ninguna crítica a las familias que se hicieron acomodadas debido al cargo público, a la usura o a la explotación absoluta y totalitaria de los descendientes de Tutul Xiu. Nuestro egotista cronista, ya es hora de decirlo, es un bachillerango pasante de pendolista chabacano, que no comprende que la historia de Peto no es, ni por accidente o equívoco, lo que él y su cascarrabias abuelo idealizaron: su historia, eso sí, es la semblanza para-histórica de un Peto Imaginario, existente a medias…Por estos únicos motivos le hago saber mi desavenencia, mi desacuerdo total y mi incredulidad manifiesta ante su relato de ficción pueblerina, aquejado de lo que los filósofos marxistas denominaran a esa mistificación de la realidad: enajenación de la historia. Tlacaélel petuleño, creo que el señor cronista conoce el libro de George Orwell, “1984”. En esa novela, Orwell narra el proceso de creación y recreación de la historia, según los intereses primos del Gran Hermano, que no duda en reconstruir el pasado de acuerdo a sus fines inhumanos. Eso, mutatis mutandis, salvando la universal diferencia que existe entre Orwell y el señor cronista por supuesto, que ni madera le encuentro para ser escribano público como lo fue su fallecido ancestro ilustre, es lo que más o menos quiso realizar con su escrito de poca monta. En dicho texto, el del cronista por supuesto, sólo encuentro vanagloria solipsista, atrincheramiento esquizofrénico en su yo, autismo en grado sumo que niega voluntariamente o excluye la realidad circundante, entrampando a la inteligencia del lector en la gran noche en que nunca llega el alba…

Del libro en comento del cronista existe una sentencia de Walter Benjamin que me sirve para esclarecer mi posicionamiento: “Todo documento de cultura –escribe Benjamin- es también un documento de barbarie”. Aparte de la intrascendencia de los aspectos históricos,[16] sus juicios estéticos son frívolos, a veces parvularios. Al tratar de escribir acerca del estilo del retablo de la iglesia, se refiere a su objeto de análisis con un juicio demasiado facilón que comprueba su olímpica ignorancia acerca de la arquitectura sacra: “El bonito retablo que existe –escribe Arturo Rodríguez –es de madera tallada, retocado con pintura blanca y dorada.” ¡Esa descripción –solamente y malamente descripción- no se la soporto ni al más deficiente bachillerango!

Confieso que mi radical anticlericalismo no me impide reconocer el religioso fervor que siento por el trazado sobrio del templo católico (“Coloso del sur” le llegó a designar el bardo petuleño Orlando Ojeda y Cetina); sus esbeltas torres viriles ascendiendo hacia la noche caliginosa me producen, siempre que las observo, un silencio cómplice de confraternidad. Pero el contraste de luz y sombra, que le da un aire novohispano al perímetro que vigila, invoca la memoria de sus constructores. ¿Quiénes fueron? Respuesta: Mayas esclavos, los sobrevivientes y vencidos del genocidio despiadado de la Conquista. Neruda, en unos versos desesperanzados de su poema “Alturas de Machu Pichu”, pregunta lo siguiente:



“…Piedra en la piedra, el hombre, dónde estuvo?



Y más adelante, en el mismo poema, se explaya con su rabia:



“Devuélveme al esclavo que enterraste!

Sacude de las tierras el pan duro

del miserable, muéstrame los vestidos

del siervo y su ventana.

Dime cómo durmió cuando vivía.

Dime si fue su sueño

Ronco, entreabierto, como un hoyo negro

hecho por la fatiga sobre el muro.

El muro, el muro! Si sobre su sueño

gravitó cada piso de piedra, y si calló bajo ella

como bajo una luna, con el sueño!



Y Octavio Paz, en su “Nocturno de San Ildefonso”, escribió lo siguiente:



“golpear con la cruz

fundar con sangre

levantar la casa con ladrillos de crimen

decretar la comunión obligatoria”.



Dos poetas hablando sobre el mismo tema: el sufrimiento del indio en las grandes construcciones concebidas por las élites. En Machu Pichu fue la élite inca; en la de Paz fue la gesta nada heroica de las fundaciones que los conquistadores, una vez caída la ciudad de los mexicas, empezaron a levantar “con ladrillos de crimen” sus cotas urbanas de poder.

El tiempo de la tristeza



La justicia histórica al pasado de crímenes nefandos, pasado criminal de los frailes constructores de la iglesia petuleña, en este libro es imposible de encontrar; no se halla ninguna relación de agravios y, error de errores, como si la cosa no existiera, el mundo indígena, de ahora y de ayer, el mundo maya no se vislumbra. El autor escamotea la cuestión, pasa sin querer, brincando con saltitos pequeño burgueses, al decir que “la guerra de castas fue una lucha de exterminio racial pues cada bando trató de acabar con su oponente, hasta la extinción total de sus últimos vestigios de vida…”. Este texto que trascribo es una contumaz falacia de un sicofante. La lucha de castas no se reduce a una guerra simplona y maniquea de la destrucción de dos grupos entre sí. Es impensable que las revueltas mayas del siglo XIX (Léase bien los libros “La Guerra de Castas” de Reed, la novela “Cecilio Chi”, de Javier Gómez Navarrete o “La conjura de Xinum” de Ermilo Abreu Gómez) contra el predominio de los descendientes de los conquistadores, se deba a un hecho solamente: la destrucción sistemática del blanco. Por el contrario, la lucha de castas se mueve en un contexto histórico donde los grupos de poder colonizador, desde el inicio de la conquista, crearon ejes de dominación, sometiendo al pueblo maya a exacciones innúmeras, con negación sistemática de su cultura. La lucha de castas fue la explosión de la indiferencia (ante la muerte de un pueblo), la reacción de los oprimidos ante los desmanes desaforados de los conquistadores, el racismo de la casta divina contra los mayas, la explotación inmisericorde en las encomiendas, repartimientos, mitas, naborías, haciendas, la ofensa constante a la valor de los mayas como seres humanos dignos de respeto. Los mayas ni por un momento pensaron en el exterminio de los “bebedores de chocolate”, de la cultura de los dzules, profetizado su tiempo hegemónico por el Libro de Chilar Balam de Chumayel de un modo fatalista:



“¡Ay, hermanitos niños, dentro del Once Ahau Katún viene el peso del dolor, el rigor de la miseria, y el tributo! Apenas nacéis y ya estáis corcoveando bajo el tributo, ¡ramas de los árboles de mañana! Ahora que ha venido, hijos, preparaos a pasar la carga de la amargura que llega en este Katún, que es el tiempo de la tristeza, el tiempo del pleito del diablo, que llega dentro del once Ahau Katún”.[17]



Frente a esa negación cultural de los pueblos mayas, el maya, bajo el acaudillamiento de los líderes de la revuelta –en orden de prelación: Cecilio, Jacinto y Manuel Antonio- lo que intentaron fue la reivindicación de lo que desde un principio eran de ellos: estas tierras del Mayab manchadas por las injusticias de los dzules, de los bárbaros casta divina y los frailes pirómanos...Reivindicavación que es, a un tiempo, reactivación de sus elementos culturales, de su palabra omitida, su pensamiento “enclaustrado” y sus modos de estructurar libremente su densidad histórica, que imposible es de soslayarla como por ensalmo por el elemento conquistador exógeno. Densidad histórica fraguado por milenios:

"La densidad histórica de los grupos étnicos, su carácter de fenómenos de larga temporalidad, le confieren a la conciencia de la propia historia una importancia especial. La referencia a un pasado lejano, a un origen común, mitificado en muchas ocasiones, se plantea siempre como base de la legitimidad del grupo. En la condición de dominados, la conciencia de una época anterior de libertad le asigna a la dominación un carácter necesariamente transitorio... La continuidad del grupo étnico resulta en una lenta pero incesante acumulación de ‘capital intangible’: conocimientos tradicionales, estrategias de lucha y resistencia, experiencias, actitudes probadas; todo un arsenal difícilmente expropiable, una base creciente de elementos distintivos que posibilitan y fundamentan la identidad." (Bonfil, 1981, p. 27. Utopía y Revolución)

No importa que se perpetre la adoración a la cruz hierática en los templos urbanos de los barbudos, el maya la transforma en cruz parlante en su selva ubérrima y apartada; no importa que la lengua original fuera omitida, por alguna rendija de la gramática hegemónica cruzaron subrepticias las palabras del canto, los nombres verdaderos de los pájaros, los árboles, de los lugares y las pasiones de estos hombres. Atrás, a un lado de las haciendas regidas por la producción a gran escala que quisieron implementar los conquistadores y sus descendientes, la economía de subsistencia de estos pueblos, realizadas desde los umbrales perdidos en el tiempo, persistió con terquedad en la milpa, en el maíz creador de estos hombres, los hombres taciturnos del maíz. La resistencia, la lucha, sus concejas , mitologías, teologías, literaturas orales, cuentos escuchados a los viejos alrededor de las tres piedras con el fuego en la choza, la comida, la enseñanza que producen los pájaros y árboles, es capital “difícilmente expropiable”. En el gran crisol de esa “densidad histórica” con que se toparon los conquistadores, el alma de este pueblo venció, a su modo, a los vencedores.

A los nuevos explotadores y denegadores de la historia autónoma del pueblo maya (curas y dzules urdidores de una historia imaginaria, por ejemplo la de esta semblanza que comento), hay que recordarles lo que dijera Nachi Cocom al pirómano de Diego de Landa a través de la escritura del gran Ermilo Abreu Gómez:

“-Óyeme, tu. Estas palabras no podrás quemarlas nunca. Esta voz que es mi voz y la voz de los indios, traspasará tus orejas y no podrás olvidarla nunca. Esto que está en mi lengua no podrá repetirlo tu lengua sin caer cercenada. Esto que vuela sobre la tortura y el fuego y la muerte es la Verdad y la razón de la vida de los hombres de esta tierra que tú pisas. Esto que ahora digo quedará alzado delante de tus ojos y tus ojos morirán contemplando el espanto del dolor que causaste.”





DE CÓMO LA GLOBALIZACIÓN LLEGÓ AL MAYAB PETULEÑO PARA QUEDARSE



“Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte…” Jorge Manrique, Coplas a la muerte de mi padre.



“Si uno de los motivos de la caída del socialismo real fue un economicismo planificador que olvidó cualquier propósito humanista, el moderno capitalismo reserva a los políticos el mero papel de policías y jueces del autoritarismo del mercado, sin permitirle salirse de pautas predeterminadas por los centros de poder económico y financiero.” Manuel Vázquez Montalbán. “Panfleto desde el planeta de los simios”.



La tierra del Mayab, como convienen geógrafos y cartógrafos de buena fe, no se encuentra en el sur de México. Por azares políticos, económicos, se encuentra encasillada ahí, en el mismo saco que Chiapas, Oaxaca y Guerrero. La península yucateca es la nariz de México que tira a oler hacia el norte. (En Peto esto es axioma, largarse a los Estados Unidos después de la secundaria o del bachillerato). Pero eso no me interesa, me da igual si la pusieran en China o en el culo del mundo (aunque tengo entendido que, China, efectivamente, es el culo del mundo).

Hablando de regiones, Yucatán es netamente región histórica, donde todos los pasados, desde la conquista, se encuentran vivos. Sin menospreciar las pinzas de lo económico, pienso que una región se configura y realza en el tiempo, ya que la temporalidad es el segundo elemento para conformar el binomio espacio-tiempo de todo lo existente. Tanto las fuerzas económicas, sociales y políticas, remojan sus barbas, no en las aguas heladas del cálculo egoísta, sino en las aguas del río de Heráclito; río muy majadero porque no permite a nadie bañarse dos veces.

Pero no metamos en este texto que se pretende ensayo al viejo Heráclito con su río. Dejemos a un lado las herramientas de la retórica que hemos venido ensayando (pura digresión y circunloquio reiterativo) para darle vuelta al asunto que nos truje: a saber, el cómo de la llegada para quedarse de la tan mentada globalización en los lares petuleños.

El sur de México es polimorfo, políglota, poliétnico (¿o se escribe pluriétnico?) y, por qué no, político. En el sur hay una parte –para muchos la menos bella – que me interesa en demasía. Esa parte –o región –es el Mayab, que, según Mediz Bolio significa “nación de los hombres verdaderos”. Verdaderos o no, conozco a muchos falsos provenientes de ahí. Del Mayab es esta villa, a veces bella y a veces no tanto.

En el Mayab-Peto lo indígena es mayoría. La fisonomía, el apellido, la toponimia, el “coox viramiento” político[18], las mitologías y las consejas de las abuelas refrendan con mayor profundidad la tesis de Mario Humberto Ruz acerca del sur de México:



“En él, al mismo tiempo que se cobijan en ruinas artes civilizatorias que otras latitudes todavía no alcanzan, es presente lo que para otros es pasado. Aquí Mesoamérica no es un concepto arqueológico, es horizonte cotidiano. Los indios no son ni defensores de la Patria ni solemnes antepasados, son presencia viva y corpórea, a veces dulce, a veces violenta como todas las vecindades. Indios y mestizos se detestan y se extrañan, se toleran o se evitan, se enamoran y se matan, como cualquier otro ser humano”.



Esta cita de Humberto Ruz me fuerza a hacer una digresión: Cuando Ruz escribe que “Indios y mestizos se detestan y se extrañan, se toleran o se evitan, se enamoran o se matan, como cualquier otro ser humano”, no se olvide y se pase de largo la certeza de que en Latinoamérica, en el Mayab y en Peto[19] el racismo es bullente: desde el complejo del color de la raza como concepción estética, pasando incluso (el ejemplo se da preponderantemente en Yucatán) en los apellidos indígenas, en los rasgos o la omisión voluntaria del idioma materno. América, como sabemos, es producto de una conquista, un ayuntamiento feroz, violento de españoles e indígenas. El elemento dominante en mayoría, el indígena, pronto se vio disminuido por pandemias, segregación, mestizaje y sobre explotación por el elemento conquistador. Los hijos de estos dos pueblos, los mestizos, al momento de tomar conciencia de su “semiorfandad shakesperiana”, se pusieron en la disyuntiva de decidir: ¿a cual árbol me arrimo? ¿O al ceibo –hablo de la flora peninsular, la única que conozco –el yaxché mitológico (comunicador de los tres mundos) de su madre maya, quemado y requemado por el auto de fe de De Landa y la catequesis cristiana; o a la encina, el alcornoque y la higuera de su padre español (reticente y siempre lejano) que le otorgó la lengua, sus vicios y prejuicios? Al igual que su padre, el mestizo – los caxlanes o los dzules- acabó por menospreciar a sus tíos (los indios) llamándoles “perros sin alma”, sin derecho a entrar en las principales calles o en las plazas de armas de sus villas[20]; a su madre –con el impulso misógino de su padre acrecentado en su cerebro machista-, la empezó a ver con indiferencia, callándola siempre; o, cuando en el color de su piel predominaba el tono de su padre, avergonzándose del lustre cobrizo de su progenitora; y rehuía de su presencia. Llegó un momento en que el mestizo (con lecturas poéticas en su haber), le espetó a su progenitora el ominoso apodo despectivo de “La chingada”. Y así, de ese hallazgo verbal, un tipo tan inteligente como Octavio Paz llegó a sondear en los bajos fondos del ser del mexicano, diciendo que todos somos “hijos de la chingada”. Como posdata verbal postmortem, pondría a esa definición “hijos de la chingada”, lo siguiente: “hijos de la chingada y del papa garañón”….No se me crea la ironía. Frente a estas aberraciones tropológicas de escritores de la talla de Octavio Paz (Su discípulo, el sesudo Krauze, llegó a afirmar que el fin de todo problema en México –léase étnico- se encuentra en el mestizaje, nada original si se rastrea su pensamiento nazi derechista en el plan etnocida del nazi-cristiano José Vasconcelos, con su concepto de la “raza cósmica” como crisol de los pueblos autóctonos de América –con predominio del elemento español, por supuesto- y del juez de paz, Andrés Molina Enríquez en su libro “Los grandes…”) lo único que se puede decir es que Paz escribió desde una posición liberal, hegemónica, urbana, cosmopolita, donde el país solamente es México City y sus pedos chilangos, que da primacía al México imaginario a costa del otro México, el México del hombre de las comisarías petuleñas, el México Profundo.



En el sur y en el Mayab petuleño, Mesoamérica es pasado vivo en presente muerto. Aunque dicho presente es conjugado mal por las élites, malas en gramática. Y aunque uno no se cansa de recordarles el sabio consejo de Don Quijote a Sancho, de que los que gobiernan ínsulas – o penínsulas o villas – han de saber gramática, los muy cabezas duras, cacasenos, no prestan atención. El desarrollismo chambón, irle todo lo que tengo a los Estados Unidos o a la Riviera Maya sin crear capital humano crítico del sistema de cosas de la villa, el afán de lucro como norma administrativa de gobierno, el trasiego inmoderado del erario público a las cuentas privadas de los que gobiernan, se ha propuesto, en los últimos años más que nada, a echar fuego al viejo tronco milenario del Yaxché, espoleado en su interior por las termitas casta divinas teledirigidas por el Gran capital. Pero esto no se proponía ser un ensayo de crítica política, no obstante que todo escrito, tengo entendido, es político. Lo que pasa con la vida aburrida y mefistofélica de los políticos es cosa que no me interesa. Me interesan las consecuencias que sus yerros y aberraciones producen en el contorno en que me muevo. Cuando digo que la globalización llegó al Mayab para quedarse, lo que a las claras quiero decir es lo siguiente: ¿Cuánto es el tiempo acordado para devastar y aniquilar a los mayas, aquel “elemento arcaico y derrelicto” que hay que suprimir o aventar al “basurero de la historia”? Esta es una pregunta que me planteo a diario, y quienes me la pueden contestar no les interesa discutirla porque, seguramente, andan demasiado ocupados en acrecentar sus inmensas fortunas, o en pactar “planes de desarrollo” (léase planes de explotación) para Yucatán con empresarios trotamundos[21]. No tengo la respuesta, pero la pregunta que me hago la considero más importante que toda respuesta que se pudiera darle. Toda buena pedagogía crítica no debe hacer de los hombres receptáculos de respuestas sino creadores de preguntas, dudas y más dudas, el por qué y el para qué de que el Mayab se abra a la modernidad. Tener un ciento de preguntas sobre el estatus quo es más reconfortante que si se posee –y sólo la derecha casta divina, o casta beduina, en la actualidad, lo posee – un sistema clasificador del mundo, un sistema cuadrado, sin aristas, moldeado según nuestros pareceres y nuestros prejuicios económicos, sociales o étnicos. Porque, en el fondo, todo sistema de categorías – y la globalización es la categoría más acabada con que se intenta de forma totalitaria acelerar a los mayas a trasmigrar, largarse de las futuras zonas de intereses económicos del poder trasnacional – (normas del Estado-Nación, religiones que instan a la servidumbre, morales abyectas de los detentadores del poder) se diluyen en el oleaje inmarcesible del poder de la ironía: la ironía como un instrumento de lucidez para luchar contra la estupidez de cualquier tipo de poder. Toda utopía (o distopía) que sea forzosamente colectiva (como las utopías de los tanques pensantes, de los halcones de Washington, o las utopías de las Sociedades Anónimas), lo que desencadenan, ineluctablemente, son Gulags, cerrojos y murallas totalitarias. El por qué y el para qué, dudar contra todas las consignas políticas que conciben a la libertad como una estatua de cemento. Es un deber poseer la seguridad de que todo en este mundo es criticable, discutible, analizable, dialogable. Lo que se persigue es la obra abierta, o, mutatis mutandis, como dijera Kart Raimund Popper, las sociedades abiertas instaurando dentro de su seno a lo diverso.

Y es que el Mayab, dentro del abigarramiento que implica el sur de México, pareciera ser un monolito del neolítico, o una estela de la venta. No, el Mayab está abierto al cambio dentro de su cultura. Mario Humberto Ruz, refiriéndose al Sur, lo visualiza como un crisol de identidades:… “Coincidencias, sincretismos, síntesis, yuxtaposiciones, nuevas creaciones. El Sur es un inmenso arsenal de estrategias para re-crear identidades, para imaginarlas, para soñarlas”. En el Mayab, además de lo que señala el autor, se suceden enredos, mixturas, “achocamientos”, mancebías de identidades comidas por la identidad predominante: lo indígena como demiurgo creador. La esencia del Mayab –si es que existen esencias en los pueblos - es el yucateco como dialecto sonoro del español (si no me apuran escribiré germanía en algunos casos). Es una jerga enrevesada, peor –cuando se lo propone – que el difícil lunfardo. Para un yucateco de solera, es normal mentársela al imbécil que gobierna, recordándole su condición de coprófago con el vocablo maldito de mactaá, que significa lo mismo que el excelso “comemierda” de los cubanos.

En fin, he hablado en este ensayo disparejo y deshilvanado de todo, que es lo mismo a hablar de nada. Seamos un poco rigurosos con el lápiz, y no dejemos a nuestra musa cantar canciones de otro sarao que no vienen a cuento.

Algo que pasa muy mucho en estas tierras de los libaneses y el bolero apendejado [¿creían que iba a escribir “del faisán y del venado”? No hay faisán, y el último venado hubiera sido yo ayer por la noche cuando fui de ronda a ver a mi k’eech (traducción: amante, querida, barragana, concubina, íntima), al toparme con su marido, que me quería venadear] es la integración acelerada del México profundo –del yucateco profundo – a las zonas de mayor despeje económico a nivel internacional. Las lajas yucatecas petuleñas es –como el Sur –, desde la desaparición jurídica del campo en 1992, una inveterada exportadora de Tutul Xius (la culpa no es sólo de los Xius), Cocomes, Peches, etcétera, al polo turístico más racista que conozco: Cancún. La integración es económica, lingüística, telenovelera (“los nuevos altares se estructuran en torno al televisor”, dice Humberto Ruz), educativa, neoliberal. Matterlart, refiriéndose al neoliberalismo, lo ve como la “mundialización del capitalismo integrado”. Decornoy lo visualiza como el “apartheid mundial”. Goldsmith, hablando del heraldo por antonomasia de dicho sistema de mercadeo, las multinacionales, nos previene de su expansión inmoderada: “Se afronta la época de la planificación central a escala planetaria: el colonialismo global de las empresas. Este nuevo colonialismo de las empresas trasnacionales pueden ser el más descarado y brutal que se haya visto. Podría tranquilamente empobrecer y marginar a las personas, destruir a las culturas, causar desastres ecológicos más de lo que haya hecho el colonialismo anterior…”



Querámoslo o no, es imposible frenar la oleada de la historia (del Mayab, y de Peto desde luego) a ese vertedero sucio de la globalización económica. Rehuirla sería un gravísimo error de cálculo; desazolvarla de las pirañas y las lacras, un acto de cordura. Porque si se entiende a la globalización sólo como el saqueo sistemático del norte industrializado versus el sur asilvestrado, me parece que dicho entender es propio de un oligofrénico. De los programas (o pogromos) de desarrollo implantado en los países subdesarrollados, Roberto Gonzáles Sousa[22] escribe lo siguiente:



“Con demasiada frecuencia la realización de estos programas ha estado en manos del capital privado internacional y, en mucha menor medida del nacional, en un contexto donde ha cambiado el papel asumido por el Estado en la planificación y desarrollo del territorio.”



Se verifica a diario la asimetría del mundo –ese barrio de pueblo tan asimétrico en su urbanismo donde se yuxtaponen a diario los Estados chabolas villamiseria con los Estados bunkers aislados de los dueños del poder internacional; se yuxtaponen, es decir: los Estados bunkers demoliendo, expoliando, aniquilando a los Estados miseria; el mundo, decía, se ha convertido en una mala adaptación a la realidad imaginaria de la profecía cinemática de Blade Runner: “en lugar de un mundo una mega-empresa”.



Mientras los teóricos del antiestatismo sacan en conclusión –apoltronados en los textos cuasi-sacros de Popper o Noszik –el devenir histórico del desarticulamiento-descuartizamiento del Estado, las sociedades del humo afianzan al infinito sus posicionamientos de poder inapelable, los holdings internacionales se atrincheran descomedidamente, los grupos oligarcas derrocan soberanías ficticias, el Gran Capital colonializa sin pudor pueblos derrengados –y esto cuando las cosas se dan a la buena, cuando existe oposición, esos pueblos entran en la mirilla del etnocidio o, como en el caso cubano, se embarga el mercado de un país (y esta novísima colonización se estructura en torno a redes simbólicas de mercado, redes de poder diría Bartra; demiurgo el mercado que no cree en su creación), o tiran al basurero de la historia a los inadaptados a correr la maratón enfermiza de la abundancia y el desarrollo.



Frente a esa hueste de perdedores por naturaleza, afianzan su destino ganador los que se encuentran nadando en el nihilismo de la abundancia. En esta situación pesimista de la historia, de pensamiento único, de neurosis colectiva única (¿en qué punto de la enajenación se encuentra el malestar de la cultura?), el ucase contra la izquierda abonada por la CIA reconfigura un pensamiento acrítico, de adaptación al molde ejecutivo, burocrático, mercantilista, donde la literatura sería solamente la lectura diaria de la sección económica de los periódicos oficiales.

La “jauría mediática e intelectual adicta al poder” consigna, convencidos de forma inequívoca, el acta de defunción de la izquierda. Los doctores del extremismo derechista, enmascarados en una seudo ideología liberal, concluyen la lectura de lo social con el imperativo inamovible de la muerte de la historia y el anacronismo de las luchas sociales. Y se dice: “no te vayas a la sierra indígena de Guerrero, vete a Huatulco; no subas a Las Cañadas indígena de Chiapas, emigra al norte, emigra a Quintana Roo”.



Estos apologistas intelectuales del mercado, mamadores a ultranza de los caprichos y las volubilidades de una trashumante oligarquía financiera anónima (literalmente, el poder económico es anónimo, no así sus bombas económicas, sus guerras de reconfiguración geopolítica), descubridores siniestros de los textos de Hayek y Fridman malévolo, escrituran lo siguiente: palo contra todo lo que se considere de izquierda; lo necesaria es la total supresión de esa “infame turba” , etnia subversiva: todos los medios (y la mediología) están justificados por el fin (la defensa y preservación de los valores capitalistas-calvinistas frente a las maquinaciones truculentas de la izquierda incendiaria): detenciones arbitrarias, homenajes académicos, tortura, embajadas europeas, ejecuciones sumarias, ediciones de libros, desapariciones, miserias, postgrados, becas Guggeinhim, entrar al sistema nacional de investigadores, secuestros y premios Nóbel.

El planeta quedó pequeño ante las inconmensurables ambiciones de las corporaciones trasnacionales. El mundo, siendo un profesional del pesimismo en cuestiones universales (alguien ha dicho que el pesimismo es una forma de optimismo, y yo lo suscribo), se reduce a seres competentes fraguando un destino gris, pasteurizado. El pensamiento crítico es difícil de encontrar en los lugares en que supuestamente se hallarían. Nadie escribirá, como en el Mayo francés, la frase cáustica de “desabotónense el cerebro tantas veces como la bragueta”(a veces hasta ni la bragueta cuando escasean los amores). Y es que, en el sistema capitalista actuante que perpetra su imaginario genocida, es difícil no querer formar parte de la inmensa grey lobotomizada por los artilugios tecnológicos que el Gran Capital articula para la pasividad selecta de los elementos sociales.

Con parsimonioso caminar, las sociedades agrarias –como las del cono sur de Yucatán, como Peto; no así Tahdziú, o las comisarías petuleñas- van siendo desbrozadas, de forma ineluctable, por una reconfiguración absoluta, con tópicos tecnológicos, necesidades autoimpuestas, multimedia, capacidad de autoaniquilamiento de las estructuras identitarias, erradicación del verso o de la prosa combativa. A la pregunta “¿Qué es la literatura?” Sartre se respondía que es el lugar en donde hablan “los que no tienen voz”. No olvidemos que, los que no tienen voz, las más de las veces no cuentan con el tiempo de la lectura: el trabajo en los complejos hoteleros, aburrición total, apenas les suelta horas de vida.

La consigna del pensamiento único, su objetivo es producir y producir, embotar el ser con el tener, crear el imaginario de lo posible rodeando la conciencia con trabajo embrutecedor y ocio inútil. Este sistema atroz, que desmitifica pueblos, excluye a millones de humanos, ha convertido al hombre (me refiero únicamente al occidental.-los pueblos indígenas son las pocas bolsas de resistencia que quedan…en estado miserable) en un “¡Ángel con grandes alas de cadenas!” (el verso es de Blas de Otero). Dudo que esas alas, por su peso, lleven algo bueno a los pueblos. La polución del ambiente corrobora esta cláusula.







“Existe una creciente evidencia –señala González Sousa –de que nuestro estilo de desarrollo, patrones y niveles de consumo, formas de producción y explotación de los recursos) tiene un impacto significativo sobre la sustentabilidad de las estructuras y procesos espaciales de que depende la humanidad para su supervivencia…”[23]

Todas las pruebas que se aplican (desde los estudios interdisciplinarios, oblicuos, donde se correlacionan teorías antropológicas, sociológicas, estudios urbanísticos, poéticos, económicos, ecológicos) a esta forma de desarrollo tan caníbal que se viene perpetrando en el mundo, indica la gravedad del sistema en que se mueve más de media humanidad, el daño cuasi irreparable a la naturaleza del hombre y la tierra. El neoliberalismo rompe todos los esquemas íntimos de vida de los pueblos.

El dato que refiere González Sousa, “de que la economía global hoy en día –y este dato es una cita de Brow L et al. (1991) “Del crecimiento al desarrollo sustentable”, escrita en 1997 por González Sousa- con una producción anual de más de 25 billones de dólares (1994) produce en 17 días lo que en 1990 tomaba un año y la tendencia es acortar este plazo…”, con estupor, me lleva a cuestionar: ¿en donde se palpa esa riqueza, y por qué media humanidad –o más- muere en los estragos del hambre, y por qué el África subsahariana, excluida es de toda esperanza; en donde acaba esa cifra? Se ha dicho que la libertad no existe cuando no hay libertad de pensamiento; digo también que, sin la justicia social y la dignidad del hombre, la libertad devendría en una idea abstracta, alejada de todo amarre con la realidad lancinante.

Vemos que todo tipo de poder (religioso, político, científico, cultural, económico) gestan contratos leoninos cuyo fin estriba en la instauración de islas de confort para los hijos y bastardos (oligarquías y clases medias aburguesadas) del Gran Capital. Y para obtener dicho fin, se crean mecanismos de control (jurídico, militar, de presión económica, ideológica) encargados del desmantelamiento de todo dique de contención de las zarpas invisibles del mercado caníbal:

“En América Latina –señala Galeano- vivimos tiempos de desmantelamiento del Estado. La hora de la verdad, a cada uno su deuda y cada cual en su sitio. El Estado no merece existir sino para pagar la deuda exterior y garantizar la paz social, lo que significa, en otras palabras: vigilar y castigar…El sistema fabrica a los pobres y les declara la guerra. Multiplica el número de desesperados y de los presos…Los amos del mundo han alcanzado en este fin de siglo un nivel deslumbrante de perfección jamás igualado en la historia humana, en la tecnología de la información y la muerte. Nunca tan pequeño número alcanzó a manipular o a suprimir a un número tan grande…”

Charles Baudelaire pensó que “la mayor astucia del diablo consiste en persuadirnos de que no existe”. En el desorden de cosas actuales –donde el terror al “salvaje” por parte de occidente se cierne sobre todo a Al Quaeda- la mayor astucia de los halcones y los tanques pensantes del pentágono, es decirnos que el sistema de libre mercado es el único capaz de corregirle la plana de la creación a Dios, creando “el mejor de los mundos posibles”: el desproporcionado regodeo en sus dogmas de estos atalayeros del poder económico, les hace pensar que todos los hombres son los Cándidos creyendo a pie juntillas esa crasa falacia.

Refiriéndose al slogan de cabecera del gobierno municipal de Othon P. Blanco (“Juntos pulimos el diamante del sur”) una compañera antropóloga del ENAH ––hizo la exégesis rotunda y lúcida del precitado slogan: “Fíjate en la frase, Gilberto, con que se presenta este plan regional de desarrollo. El verbo pulir es demasiado explícito: significa apartar, allanar el camino para las inversiones privadas (no de empresarios locales, esos son minoría), comprando o robando (ya no digo expropiando por que eso no va) tierras ejidales. Pulir el diamante es quitar las aristas, las corrugaciones autóctonas que, en un momento dado –pienso en Atenco, le sugerí –pudieran oponerse a la depuración del diamante. Es una cosa tan cínica decir: “Juntos pulimos el diamante del sur”: ¿Juntos quienes? Desde luego que las trasnacionales hoteleras y sus lacayos políticos.

Este pulimento-acoto aquí- es un ejemplo claro de lo que teoriza González Sousa:

“En la actual fase de globalización de la economía, con crecientes exigencias de eficiencia productiva y competitividad, la calidad del territorio constituye un requisito a fin de lograr comunicarle a las estructuras productivas la velocidad, virtualidad y flexibilidad que demanda el nuevo paradigma de desarrollo”[24].

La calidad de territorio se busca, es decir: se crea la infraestructura necesaria en la región a invertir; pero es necesario quitar de las tierrras que entran en el plan a los campesinos, a los indígenas, a los antropólogos deconstruyendo el discurso político con opiniones no del todo políticamente correctas.

Si como escribidor conciente de las tremendas cotas tremebundas de iniquidad social que existe en México, se me hace un deber salir de la pleonexia literaria (cito de memoria a Mallarmé: el mundo se hizo para habitar en un libro), no menos cierto es decir que me da flojera escuchar discursos hueros de politicastros veniales. Y de ahí mi agradecimiento a la estudiante de la ENAH por ese detalle que se me venía escapando. Ella ha metido su incisiva inteligencia, descodificando el discurso del poder. Ha hecho talacha de campo en la basura de las palabras, extrayendo ideas invaluables. Ha propósito de basuras, Leonardo Sciascia, en “El caballero y la muerte”, escribe lo siguiente:



“La ciencia de la basura, la garbaje sciencie: una parábola, una metáfora: ya vamos a por la basura: la buscamos, la manipulamos, la interpretamos; esperamos que nos proporcione algún vestigio de verdad. Las inmundicias…La basura nunca miente: ya se había convertido en un precepto sociológico”.

Algún vestigio de verdad se puede encontrar en las palabras basura de los politicastros autóctonos.



Las concepciones teóricas de las reivindicaciones sociales de los años sesenta o setenta (teoría de la dependencia del oprimido, el imperialismo como fase superior del capitalismo, el neimperialismo, la liberación educativa teorizada por Freire, el Concilio Vaticano segundo, la lucha a muerte de los condenados de la tierra por ansiar morir de una manera digna) aún son válidas para interpretar las redes de poder que se perpetran en América Latina. Nuestro pueblo, Peto, no es la excepción.

Quintana Roo –y en gran medida México entero, por no decir la villa, enclave gringo –se podría decir que es un estado bananero; los países bananeros son los dirigidos exclusivamente por un grupo cerrado, elitista, autista, oligarcamente imbécil. Favor de no confundir el concepto con los países productores de bananas.

EL grupo de poder en Quintana Roo, Yucatán y México, sin distinciones, son los comisarios políticos del poder económico ahondando el poder de las trasnacionales. Un ejemplo: la principal ciudad de Quintana Roo no es la capital donde se asienta el congreso local y el palacio del ejecutivo, sino Cancún –un lugar imaginado, la Venus seductora de muchedumbres famélicas de mayas ex-rebeldes que se pasteurizan como por ensalmo cuando se topan con el no-lugar de la sobremodernidad: Cancún. Cancún, han sentenciado variadas voces de respeto (antropólogos, urbanistas, ambientalistas, demógrafos, teóricos de la crisis, criminalistas, ingenieros de las estadísticas, filósofos y poetas) es una mierda. Cierto, una mierda que produce, aunque el costo de vivir en ella (no solamente económico) es ineluctablemente difícil. Los antropólogos llaman a Cancún como un No lugar, un espacio sin historia, de puros lugares cerrados”; los urbanistas dicen: “no concuerdan las arquitecturas de los dos Cancún”; los ambientalistas se dan golpes de pecho por que la barbarie al ambiente (laguna Nichupté) de los hoteles se ha concentrado contra la fauna y la los manglares; los demógrafos vaticinan la Babel tenochca en el Caribe, y ponen de plazo menos de una generación; los teóricos de la crisis vociferan: esto es una Mierda (compruebo que yo soy un teórico de la crisis); los criminalistas hacen prospectivas: el narcotráfico y el pandillerismo se disparará; los ingenieros de las estadísticas se embrollan con las estadísticas y las estadísticas ni les hacen caso, por que, según ellas, los demógrafos las necesitan; los filósofos –antes vitalistas –se han convertido al pesimismo más exacerbado al caminar por el Parián y salir medio trasquilados; y, por último, los poetas, al no ver poesía en el ambiente, deciden seguir el camino de Acuña, es decir, tomar cianuro o largarse a un congal. Esto son los problemas de una ciudad turística.



Es el turismo –escribe lúcido Eduardo José Tórres Maldonado sobre el proceso migratorio y de desarraigo de los pueblos de la zona maya de Quintana Roo hacia el polo Cancún Riviera, válido por supuesto al mismo proceso de reconfiguración y reconstrucción histórica que sufren los mayas del sur de Yucatán: hombres de Peto y sus comisarías, Tzucacab, Tadzhiu – en mi opinión, la estrategia modernizadora que se ha revelado como el instrumento para incorporar al indígena maya a la vorágine del trabajo asalariado…Los jóvenes, sobre todo, encuentran la posibilidad de incorporarse a un mundo moderno, más libre e informal, que les permita trabajar, aventurarse, divertirse, disfrutar –desde lejos y sin ser parte integrante de ella –de la modernidad turística y “ser libres” en un mundo capitalista dorado…En la península de Yucatán se vive hoy un tercer encuentro cultural, similar en dimensiones e impacto al de la Conquista y la Colonia. Quizá ese encuentro sea más poderoso y profundo en sus alcances. Así como hubo esfuerzos denodados para intentar una especie de sincretismo (no siempre exitoso) de las culturas cristiana y maya como base de la ideología de los nuevos katun (ciclos de aproximadamente 20 años), hoy podemos decir que se instala una nueva síntesis en el encuentro de culturas que el turismo provoca…Culturalmente los efectos de la sangría migratoria son también muy profundos y significativos. La migración desliga a los jóvenes de los ritos, fiestas y prácticas religiosas y culturales que crean los lazos comunales de sus pueblos…Un dato curioso, pero no sorprendente, es que el turismo los ha convertido en asalariados, los ha utilizado como trabajadores turísticos, pero no ha provocado el surgimiento de empresarios mayas, que pudieren revertir con mayor eficacia los beneficios para sus comunidades. (Páginas 161-166, del Ensayo “El caribe mexicano hacia el siglo XXI).



Finalizo con unas reflexiones sobre este desarraigo de los pueblos frente al monstruo, no de dos sino de múltiples espaldas, que es la globalización. El grupo de rock “Panteón Rococó”, en su movida rola “La Gente”, canta lo siguiente: “En un mundo globalizado, la gente pobre no tiene lugar”. Su juicio es exacto, sumario. Esto es lo que produce la tan multicitada globalización: la uniformación cósmica de la humanidad; uniformación injusta donde unos cuantos son los dueños del poder (que es un poder de capitales financieros), y la inconmensurable mayoría de los pobres del mundo se ramifica, evoluciona, crece de forma maltusiana para ser solamente el ejército de reserva de los explotados esperando el turno de su aniquilamiento:



“Y vi a la Gran prostituta sentada sobre la Bestia

(la Bestia era una Bestia tecnológica toda cubierta de slogans)

y la prostituta empuñaba toda clase de cheques y de bonos y de acciones

y de documentos comerciales

y estaba borracha y cantaba con su voz de puta como en un night-club

y se emborrachaba con la sangre de todos los que ella había purgado

y de todos los torturados y los condenados en Consejo de Guerra

y todos los mártires de Jesús

y reía con sus dientes de oro

y el lipstick de sus labios era sangre”



Cámbiese el sustantivo prostituta por la palabra globalización y vuélvase a leer el poema de Ernesto Cardenal con nuevos ojos (extracto del poema Apocalipsis).



Si se entiende a la globalización sólo como el saqueo sistemático del norte industrializado versus el sur asilvestrado, me parece que dicho entender es propio de un oligofrénico adicto al dogma nacionalista. Otra vez, en alguna otra parte, he escrito lo siguiente:

Aún al saber que con ella se correría el riesgo de la uniformación cósmica, la globalización racional cumpliría una vieja nostalgia babélica: la solidaridad universal. Lo indispensable de llevar a cabo es la remoción de las circunstancias actuales de esta nueva –que no inopinada –coyuntura histórica. Karl Marx, en “La sagrada familia” resumió, en una feliz frase, el porvenir de la humanidad: “Si el hombre es formado por las circunstancias, entonces es necesario formar las circunstancias humanamente.” ¿Me pregunto si la revolución permanente y la teoría del foquismo guevariano no fue, también y a su modo, la globalización de la violencia socialista? El flujo y reflujo de pueblos a lo largo de la historia de la humanidad, desde el paleolítico, fue una forma de globalización. Un bípedo implume se extasía con un elemento caliente y chisposo que sale del golpe de dos rocas (pedernal y pirita): lo denomina fuego, lo cuida, nutre, venera y, por último, lo difunde: lo primero que se globalizó fue el conocimiento, las ideas que, incansables, vuelan en busca de cerebros donde desarrollar.

Estas mis ingenuidades –créanme - son compartidas no solamente por este quidam que garrapatea estas hojas. Que el NAFTA es un muro económico para dividir Centroamérica y Sudamérica de Norteamérica, de acuerdo; pero me parece que el peligro no es en el ir hacia lo económico solamente. Dar de pullas a humo de pajas contra lo económico me parece trabajo fácil y sin importancia, propio de un preparatoriano. No exceptúo que el peligro mayor de la humanidad en su conjunto es la constatación a ojos vistas del precipicio y la debacle ambiental que su excesiva lujuria consumista la ha llevado, me parece, a un camino suicida sin retorno. Entiendo que el cosmopolitismo engendra una novísima forma de provincialismo ilustrado, y que las carreteras de la supercomunicación tecnológica nos pinta en el horizonte común un esbozo acartonado de hombre norteamericanizado. Asiento –con reservas antimarxistas - la primacía de lo económico en ciertas áreas de las relaciones sociales. Pero, lo que no comprendo es el por qué no se le de da importancia igual o, en mayor medida, a la ignorancia de los grupos sociales frente al otro. Lo dijo Mario Humberto Ruz, de pasada y como no queriendo comprometerse. El otro que no es el otro. El otro que siempre es un yo igual a nosotros. No es esto un juego de palabras, es una constatación empírica de la condición humana. Montaigne escribió que todo hombre guarda en sí a todos los hombres. Lo racional, la fe, el salto cualitativo en el conocimiento del otro desemboca en el reconocimiento del yo en el otro, en el reconocimiento de mi yo en el otro. Ya no veo al Mayab como la tierra de los hombres verdaderos, la veo como la tierra en donde el otro se transforma como un nosotros fugitivo. Las identidades siempre son ficticias, pero es lo único que nos queda.













Parte final



De la democracia petuleña



“Lo mejor de los regímenes democráticos no es la unidad de pensamiento en ciertos tópicos –como por ejemplo, en lo que se refiere al aborto, la eutanasia, la legalidad de las drogas, la prostitución- sino el disenso, la discrepancia, la crítica de las ideas, el pandemónium saludable de la discusión política, el diálogo no siempre bonancible sino áspero y anfractuoso de la res pública…El camino de la política no se recorre en círculos que dan al marasmo de lo mismo; ni en línea recta, dejando atrás las resoluciones a los agravios sociales; tampoco en vuelta en u, queriendo revivir el “edén suvbertido”. El camino de la política es una línea en zig-zig, es decir, siempre hacia el lado zig: un camino hacia la izquierda”. (Sergio Salvador Vilax: “Cartas a una joven prostituta”)



Una razón no menos infrecuente que se oye para descreer de la democracia mexicana –y de la petuleña, claro está- es que, en las más de las veces, el sistema de elección es tachado como burda partidocracia. La res pública ha sido copada por una laya corrupta de politicastros maquiavélicos representantes, no del pueblo que los elige, sino de sus jefes financieros tanto nacionales como extranjeros (que lo diga sino los intereses creados por el concesionario principal de expendios de cerveza en Peto, relacionado con el oriundo de Catmis). Pero ¿qué se entiende por partidocracia? Arriesgo una tesis: la partidocracia es el modo perfecto de no-hacer política sin que se entere el ciudadano común exento de toda filiación partidista. Fuera de los partidos, corre el albur de la existencia ubicua de la Nada. Partidocracia es corporativismo, en donde campea entre sus miembros el espíritu de masa regida por una lógica cerrada de secta autista, con valores ciegos de figuración de lo humano: un hombre se define según el partido que pertenezca. No pertenecer a ninguno significa no ser parte de la condición humana. Manuel Vázquez Montalbán, en un amago de lucidez, escribió que “en esa lógica –de la partidocracia –coincide con los demás políticos, aunque sean sus adversarios, sabiduría secreta cuasi-metafísica…” La verdad está en los partidos y no en las aulas universitarias o en las salas de redacción de los diarios de izquierda.

La cuestión no es saber cual es el fin epidérmico al que aspiran los partidos, sino el para qué. Las intenciones segundas son más peligrosas por el hecho de no ser visibles. La toma del poder es fácil, lo difícil es el explicar el por qué, el para qué. Si estamos de acuerdo con los cánones liberales que conciben a la democracia como una forma de vida que se actualiza a diario, a ojos vistas se ve que la toma del poder sin más querella desvirtúa esa concepción dialéctica de la democracia vista con la imagen del incesante río de Heráclito: la democracia es movimiento perpetuo. Una democracia institucionalizada (al igual que una “Revolución Institucionalizada”) es una forma políticamente correcta de nombrar a una democracia petrificada, por no decir muerta. La democracia no se gasta en las elecciones. La democracia no es un privilegio exclusivo de la clase política, de los hijos del oriundo de Catmis, o de los dos Gilbertos.

Y si no es un privilegio exclusivo de la clase política, ¿podría efectuarse entonces una política efectiva y concreta, previendo que los fines inmediatos no son la toma o la participación en los límites del poder establecido, sino una nueva praxis de desarrollar los parámetros teóricos de la democracia como una forma de vida en concordia, de desarrollar las hipótesis de pizarrón del liberalismo y el socialismo libertario, logros intelectuales precedidos del voraz estudio de la fenomenología de la realidad huidiza; digo, hacer política en la villa sin intervención de los partidos y sus pinches políticos? ¿Es, omitiendo las codificaciones jurídicas, que no éticas, reafirmo la pregunta, es efectiva para el bien común las razones dizque sufi(defi)cientes de seguir con el andamiaje de un sistema de compadres petuleños que, a ojos vistas, nocivo y corrupto resulta en su administración?

Si eso no es posible, y no existe por tanto un camino para llegar a tal sistema de hacer política sin políticos aviesos, lo que nos queda, entonces, después de mítines insulsos y fraseologías cuaternarias del tipo de ¡muera el PRI! o ¡arriba el PRI!, es el principio del contra poder más importante para los no alineados, regresando al pensamiento anarquista, como aconsejaba Proudhom: a saber, sospechar siempre, de forma absoluta, de todo poder, ya sea económico, político o eclesial. Los más radicales, para mí los más inteligentes son los más radicales, no se conforman con este sospechosismo del poder. Ellos, tal vez en su lucidez solitaria y solidaria, propondrían la ironización maximalista de la realidad política. Ironizar la realidad o irse a la guerrilla.

Quiero terminar este ensayo con una confesión personal: Yo no soy enemigo de la democracia, pero me preocupa, y me preocupa en demasía, la prostitución repugnante de este sistema de regir la sociedad. De la democracia se ha dicho que es el sistema más perfecto en que los idiotas llegan al poder. Verbigracia: Fox, el oriundo de Catmis y los dos Gilbertos confirman este axioma.

Criticar la democracia no es fácil. Sobre todo criticar la democracia oficial es políticamente incorrecto; estar en desacuerdo o disentir de ella raya en la blasfemia estalinista. Hoy, inclusive los que ni siquiera la pueden definir o explicar, muéstranse como demócratas químicamente puros. En el contexto histórico contemporáneo, lejos de la democracia efectiva, anfictiónica a la griega, lo que verdaderamente observamos en el espectro político es el arte falaz de la taumaturgia de los poderes fácticos (Iglesia-empresariado-clase, política de solera corrupta-transnacionales-duopolios televisivos- chapuceros intelectuales orgánicos mamando de la ubre presupuestal, etc., etc.) encargados de metabolizar los intereses de sus sociedades anónimas en seudo-intereses colectivos; taumaturgia democrática vestida, no con la levita y chistera del mago Frank, y sí con los inmaculados ropajes, ritos y broncíneas palabras de la democracia irreal. Una democracia, como sugiere Krauze, sin adjetivos (visibles), invisibles como la mano invisible y asesina del mercado, que, tras su aparente desadjetivación, lo que se verifica es un fotomontaje de imparcialidad erguido como el más atroz andamiaje de cálculos, cuentas bancarias, previsiones familiares, esquemas lingüísticos con que se comunican los miembros de la oligarquía, telecracias revulsionando la historia, construyendo una nueva.

El dogma antidogmático que desmitifique la democracia ficticia, acartonada, sería: el que ostenta el cargo es, siguiendo la fraseología saramaguista, un comisario, un testaferro o virrey del poder económico. Grosso modo: la democracia mexicana no es tal cosa, es un juego de soberanías aparentes.









Ensayo sobre política pueblerina.



“El hombre nace libre, pero en todas partes se encuentra encadenado.” Juan Jacobo Rousseau.



“La política es un espectáculo desagradable en todo momento. La oscuridad, la turbiedad, el exceso, las componendas, la apariencia indeleble de deshonestidad, la falsa piedad, el moralismo y la inmoralidad, la corrupción, la intriga, la negligencia, la intromisión, la vanidad, el autoengaño y por último la esterilidad, como un caballo viejo en el establo, ofenden en buena parte nuestras susceptibilidades racionales y del todo las artísticas.” Oakeshott (La política de la fe, Pág. 46, FCE).



Una definición aproximada de Peto, en cuestiones políticas, sería la de un pueblo ultramontano, si se entiende al ultramontanismo en su sentido original: como un “conjunto de doctrinas teológicas, partidarias de una mayor amplitud de los poderes del Papa”. Pero en la villa el que ejerce el poder –soy extremadamente sincero –, no es el cura de misa y olla si no los que se adhieren a su sotana, sus amigos corruptos y corruptores de la clase raquíticamente oligarca. Por lo demás, en Peto no existe el espíritu de crítica y discusión para señalar lo obvio. Esquematicemos la lucha social en esta población: pueblo de indígenas en su mayoría gobernada por vulpejas acéfalas blanqueadas por criterios racistas y prejuicios católicos, que no se cansan de vulgarizar a la villa con sus propuestas politiqueras trufadas de vanas utopías desalmadas.

No me interesa la política de mi pueblo; la considero tan absurda, frenética, despreciable para la teoría, lugar común de la vacua palabrería: esta farragosa verborrea asemántica, colindante con la logomaquia, me produce serios problemas de identidad: ¿soy yo parte del mismo suelo de esta nefasta piara de cerdos metidos a merolicos que ya nos prometen el oro y el moro sin decirnos el cómo?

Los descreídos de la democracia afirman de ella que es el sistema más frívolo que los idiotas han instaurado para llegar al poder. Pero yo soy un comunista convencido, y para mí, criticar a la democracia es vitaminizar a la democracia; ¿qué autoridad moral y política tiene el que fue candidato del PRI –y que será presidente municipal los próximos tres años- para contender, por vez enésima, cuando atrás de él vemos adocenados a personas nones gratas para la memoria colectiva de la villa? ¿Cuál es el perfil humano –no académico – de este desconocido, remoto y distante abanderado de la derecha blanquiazul, que se ha propuesto de forma unívoca llevar a la villa a la condición de País de Jauja, o a los cánones de aburguesamiento selectivo? Mala hora la del pueblo si llegara uno de éstos al poder[25].

Como escritor de estas hojas es mi deber escribir lo más apegado a la realidad, alejándome de las anteojeras de la ideología o la admiración. La primera objeción que le pondría al perredismo petuleño, tal vez sería el nombre del que fuera su candidato: no hay concordancia en la sintaxis. Pero me viene a las mientes que el nombre es lo de menos. Los cínicos de la realpolitik afirman que, en política, lo que cuenta no son las ideas interesadas sino las ideas calculadas, no es la moral sino la precisión maquiavélica, no la humildad (que si se canta de más sonaría a fariseísmo, dicen estos homúnculos) sino la neutralidad del discurso. Yo les contesto que es un crimen ser neutral; es un crimen ser indiferente, les digo. Nadie puede ser indiferente frente a las cotas tremebundas de iniquidad social en que se desangra Peto y sus comisarías. La indiferencia social, parafraseo a Víctor Hugo, es el comienzo del sepulcro. La importancia de la izquierda petuleña, su posición en el espectro ideológico como respuesta a la realidad atroz en que se mueve, y más si es férrea su crítica constante, la nimba con un halo de honradez frente a la deshonra de las diversas derechas, y le da una isla de confianza rodeada de un océano de desconfianza. Basta decir que la izquierda petuleña entiende al maya porque en su conformación social no hace distingos entre blancos, blanqueados e indígenas…La virtud de la izquierda petuleña es que es una izquierda natural, campesina, humilde, sin teoría (y es que no la necesita, porque estos hombres y mujeres conscientes viven en un contexto social que hace palpable que el sistema que los segrega, tarde o temprano, explotará en mil pedazos) como la que señala Norberto Bobbio en Derecha e izquierda:

Para Norberto Bobbio, y ésta es la parte central de su pensamiento, la esencia de la distinción entre la derecha y la izquierda…”Es la diferente actitud que las dos partes –el pueblo de la derecha y el pueblo de la izquierda –muestran sistemáticamente frente a la idea de igualdad”: aquellos que se declaran de izquierda dan mayor importancia en su conducta moral y en su iniciativa política a lo que convierte a los hombres en iguales, o a las formas de atenuar y reducir los factores de desigualdad; los que se declaran de derechas están convencidos de las desigualdades son un dato ineliminable, y que al fin y al cabo ni siquiera deben desear su eliminación”.[26]

“Todo pueblo tiene el gobierno que se merece”, escribió Joseph de Maistre. Pareciera que la barbarie azul llegará, sin sombra de duda, otra vez al palacio. Se sienten complacidos en su seguridad de triunfo inequívoco, y del sombrero de Merlín han sacado a una persona que se jacta de intachable, el deux ex machina de la justicia sin remiendos. Se equivocan. Este candidato me parece un teórico del confusionismo: llamarle “patarrajadas” a los campesinos y tricicleteros simpatizantes de la izquierda, aparte de un muy mal gusto, es un gravísimo error que me da la prospectiva de que, en su gobierno –si llegara a ser favorecido con los votos de la mayoría, lo cual dudo – su prioridad radicaría en el bienestar único de sus allegados y privados. La educación –dijo el filósofo Vilax –es tan importante que no se puede dejar en manos de los profesores; lo mismo vale decir con el gobierno municipal. Desde el viejo Platón (visionario del Rey filósofo) sabemos que los profesores, poetas, y los que realizan trabajo intelectual (lógico que no comparo al burdo profesor con el genial poeta) no sirven para llevar a buen término la cosa pública. “¡Uela gran perra! – dijo el gran Joaquín Bestard –; ya estamos peor que en los tiempos idos de los PRI-mitivos”. Y el hecho inmejor que comprueba la cita de Bestard es el trienio del ex director del colegio de Bachilleres, ese hombre obsedido por el afán de poder, que, disputando la diputadura doceava, muy bien le caería la inmortal definición de Martí sobre el grillo latinoamericano:

"Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, -itálicas mías - y con tal que él quede de alcalde (o de diputado, apuntamos aquí), o le mortifique al rival que le quitó la novia o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima".

Tal vez esos gigantes que le pondrán la bota encima a Navarrete no son ni los gigantes Polifemos, Briareos, o Goliates; esos gigantes serán el desprecio y la lucidez de las personas que no votarán por él[27]. Otra vez cito a Martí: dijo que la educación nos hará libres. ¿Cómo educar a este pueblo donde existen más cantinas que escuelas? Marx llegó a escribir que la religión es el opio del pueblo. Muerto Marx –y descreído el pueblo – la ultraderecha ha sustituido el veneno. En Peto –sin ser Marx –diría que el alcoholismo es el opio, el veneno del pueblo.

Este discurso panfletario estaría falto de diatriba si no dirijo mis palabras, en esto momentos, con (y contra) los PRI-MITIVOS. Se dice que los hombres son sublimes o abyectos. La excepción –que refrenda la regla –son los hombres que conforman el Priismo petuleño: estos cazurros de la villa, si conocieran los escritos de Hobbes, concordarían con él a la perfección: “Hay en la humanidad entera –dice Hobbes -, un perpetuo e incesante afán de poder, que cesa solamente con la muerte”; o suscribirían lo que dijera Kissinger, que el poder –y esto no es con intención de disgustar a vuestro presidente - es “el mejor afrodisíaco”. Frente a esas malévolas opiniones acerca del poder, propio del autoritarismo priísta, yo les respondo, con el filósofo catalán Rubert de Ventós, lo siguiente:



“El poder de controlar y decidir sobre la vida de los demás no debería estar en manos de alguien lo bastante enfermo para buscarlo”.



Y la palabra inequívoca para definir al PRI petuleño es esa, no hay más: enfermedad.









DISECCIÓN DE UN DINOSAURIO



“La ciencia de la basura, la garbage science. Una parábola, una metáfora: ya vamos a por la basura: la buscamos, la manipulamos, la interpretamos; esperamos que nos proporcione algún vestigio de verdad. Las inmundicias…La basura nunca miente: ya se había convertido en un precepto sociológico”. Leonardo Sciascia, “El caballero y la muerte”.



Mario Vargas Llosa, novelista peruano, sentenció que el PRI era la dictadura perfecta. Quien esto escribe coincide en un 100% (a reserva de aumentar el porcentaje. Yo concibo, también al PRI petuleño como un partido de imbéciles de buena voluntad estancados en un tiempo histórico en proceso de desaparición, donde no existía la discrepancia, el desacuerdo del dogma partidista y la oposición libertaria. En ese entonces pasado oscuro (y oscurantista), el PRI era el partido único, colectivista, absoluto, populista, que no se diferenciaba en rasgo alguno de los otros partidos fascistas de la historia del siglo XX. Y el fascismo, recordémoslo, es un pensamiento asesino, productor de asesinos. Que lo digan si no el 68, Corpus Cristhi y la guerra sucia de los años 70; que lo digan también la memoria de Charras, muerto arteramente por los esbirros del Priismo yucateco…Estos caciquillos de aldea premoderna (me refiero a los dirigentes priístas petuleños, la piara de cerdos que resucitaron a un profesional de la corrupción para candidato) aún no se recuperan del estupor de haber perdido la presidencia municipal. Huérfanos por partida doble (del poder absoluto y de su muerto padre, el execrable Cervera Pacheco) son incapaces -¡cuales adictos profundos a la droga del saqueo descarado! –, de regenerarse en los valores éticos de la democracia, creadora de hombres que dan primacía a la libertad individual frente a la corrupción hecha sistema por los hijos podridos del cerverismo –servilismo –rapaz. ¿Hasta cuando el PRI petuleño tendrá su aggiornamiento hacia una vida de crítica política, propuestas concretizables y profundas, esto con el fin único de servir al pueblo y no de servir a su camarilla, sus compadres, o los coludidos de siempre en la propia mugre del latrocinio? No veo ningún valor a la Peste Autoritaria que implica el candidato de los tricolores. Craso error fue haber elegido como abanderado del prriismo petuleño a este hombre troglodita de una era extinta, liberticida, enamorado del vicio de la barbarie alcohólica. Error aún mayor el que el pueblo petuleño le haya dado su voto para llegar a la presidencia municipal. Ya dije que el lúcido filósofo catalán Xavier Rubert de Ventós escribió que “el poder de controlar y decidir sobre la vida de los demás no debería estar en manos de alguien lo bastante enfermo para buscarlo”; y esta sentencia le asienta a la perfección al candidato de los tricolores oriundo de Catmis. La enfermedad del ignarismo dipsómano corroe a este hombre desde la raíz de su alma jurásica. No es posible que este pueblo tan entrañable (manchado su belleza por los desmanes del Panismo mocho y la barbarie institucionalizada de los 71 años de los PRI-MITIVOS) se vea, nuevamente, seducido por esta pandilla de mafiosos tricolores que, como voraces carnívoros, se aprestan por vez enésima al saqueo inmoderado del erario municipal…





“El caníbal codicia su tasajo

con roja encía y afilados dientes…”,



escribió el gran Rubén Darío, y esto es precisamente lo que, en estos momentos fraguan los tricolores, mientras el indígena de las comisarías sufre hambre y ve con desolados ojos a la muerte y a la extrema pobreza que ronda a su familia. Ellos, los indios mayas, los condenados de esta tierra, condenados al fracaso gracias a tipos nefastos como el candidato priísta y los expresidetes municipales del mismo partido que lo impusieron en lo oscuro, no tienen futuro, no existe el futuro para los mayas petuleños. El PRI es razón suficiente para largarse de Peto.

El ruido molesto de la política (es asqueroso caminar por las calles de la villa y toparme a cada instante con la foto antiestética de un candidato; o leer sin querer slogans de pacotilla que, además de vagarosos y que no dicen nada, maculan la fisonomía de los muros, paredes, postes y centros públicos, afeándolos. Si al menos –recordad el concejo de Don Quijote a Sancho en su empresa de gobernar la ínsula Barataria –supieran Gramática) ha llegado a mi mesa de escritor solitario. Hacer la crítica de las costumbres es una forma de practicar la esperanza. Desde mi frágil posición de escritor marginal, he decidido hacer en estas hojas, no “la crítica despiadada de todo lo existente” como quisiera Marx, sino un visceral muestreo político para los que quisieran leerme. La literatura no es ni puede ser sino adversaria del actual estado de cosas del mundo. Y yo soy adversario fervoroso del mundo petuleño en su conjunto.





ESBOZOS DE UTOPÍAS REALIZABLES





































[1] Tal vez la muerte del viejo mendigo maya no se debió a su acendrada ancianidad, abyecta por lo demás cuando la pobreza extrema de este hombre se cernía sobre su frágil osatura. Y quién de esta villa consideraba digno de respeto a este viejo interdicto que en su vida de miserias y hambres atroces, toses secas y carencias de cariños familiares, más solo él que Jesús cuando en la cruz fue abandonado por su padre…no tuvo el calor de una mano amiga o la mirada cómplice de (ESTA NOTA AL PIE NO HA FINALIZADO; ME FALTA POR ESCRIBIR.)

[2] Sí, no tengo reparos en confesarlo: sin fariseísmos, no gano nada con ser hipócrita, es un honor considerarme “Quijote de las lajas petuleñas”; utopista empedernido en la liberación del hombre, de la mujer; buscador de la sociedad justa; exmarxista convencido de las bondades del marxismo…



[3] Son famosísimos los argumentos emitidos contra la democracia, hechos principalmente y paradójicamente, por personajes señeros de la izquierda. Aunque desconfío de la sentencia tan conocida de Carlyle, no puedo dejar de citarlo: la democracia es la desesperación por no encontrar héroes que nos dirijan…Los héroes, no necesito hacer el recuento del teatro griego para decirlo, sucumben ante el fatalismo, llevando a medio pueblo a inmolarse en su derrota, en sus caprichos. Tenemos que desterrar a los héroes, a los caudillos, a todo elemento que huela a ínfulas de poder.

[4] Cita de Fernando Savater.

[5] “No, defiendes tu verdad, porque no hay una verdad. La verdad no existe, no ha existido nunca. La verdad es siempre de algunos, que aceptan que los otros tengan su propia verdad o, al contrario, imponen su verdad a la verdad de los otros.” José Saramago, “Soy un comunista hormonal”, conversaciones con Jorge Halperín”, editorial Oveja Negra.

[6] El vocablo Prometeo no viene del dios griego que le dio el fuego a los hombres y les enseñó el arte de la agricultura y que posteriormente, por la ira de Zeus, fue amarrado en lo alto de un pico en el Cáucaso con cadenas irrompibles hechas por Hefestos y que como castigo por su osadía se le torturó con el suplicio de una águila royéndole el hígado. El Prometeo del que hablo viene del verbo prometer: “Yo les prometo, yo les prometo”, dice el idiota en campaña.

[7] Entiendo por sociedades agrícolas a los pueblos que, reducidos demográfica y geográficamente, todo lo que hace un hombre lo saben sus vecinos. Peto entra en esta categoría.

[8] Con indefectible estupor me sentí en el momento de constatar la parca bibliografía con que se sirvió el cronista de este pueblo para escribir su pequeña monografía ¿Por qué omitió a este esclarecedor libro de Turner, que sin cortapisas habla sobre “los esclavos de Yucatán?

[9] Ver el libro “Biografía del poder” de Enrique Krauze.

[10] “Entre asesinato y política existe una dependencia antigua, estrecha y oscura. Dicha dependencia se halla en los cimientos de todo poder, hasta ahora: ejerce el poder quien puede dar muerte a los súbditos. El gobernante es el superviviente”. Hans Magnus Enzensberger, “Política y delito”.

[11] De esta Historia de los oprimidos del pueblo de Peto, proyecto historiográfico en ciernes, me inspiro de las recopilaciones indígenas que realizara el maestro Migue León-Portilla, en su memorable libro “Visión de los vencidos”.

[12] Bonfil Batalla, Guillermo, “México Profundo, una civilización negada”, p. 21, Coedición primera CIESAS/SEP, 1987.

[13] Sobre el concepto de etnofagia, Héctor Díaz-Polanco escribe: “La etnofagia expresa entonces el proceso global mediante el cual la cultura de la dominación busca engullir o devorar a las múltiples culturas populares, principalmente en virtud de la fuerza de gravitación que los patrones “nacionales” ejercen sobre las comunidades étnicas. No se busca la destrucción mediante la negación absoluta o el ataque violento de las otras identidades, sino su disolución gradual mediante la atracción, la seducción y la transformación…” Héctor Díaz-Polanco, Autonomía Regional, la autodeterminación de los pueblos, p. 97. " “Por tanto -agrega Díaz-Polanco en un nuevo ensayo sobre el tema- la nueva política es cada vez menos la suma de las acciones persecutorias y de los ataques directos a la diferencia y cada vez más el conjunto de los imanes socioculturales y económicos desplegados para atraer, desarticular y disolver a los grupos diferentes. En síntesis, "la etnofagia es una lógica de integración y absorción que corresponde a una fase específica de las relaciones interétnicas [...] y que, en su globalidad, supone un método cualitativamente diferente para asimilar y devorar a las otras identidades étnicas". (Etnofagia y multiculturalismo, Héctor Díaz-Polanco. - 13/12/05)









[14] Ivan Illich; Ensayo: “Necesidades”, en Revista Letras Libres, número 39; mayo del 2002; página 12.

[15]Octavio Paz, El ogro filantrópico, p. 293. 1979.

[16] Por ejemplo: no conjetura la forma despiadada con que fue realizada la iglesia principal, a punta de esclavitud de indígenas mayas por tonsurados clérigos segados por visiones del infierno; otra conjetura que omite: en el templo inacabado que se encuentra en el descampado conocido como “la placita”, el autor no concluye el silogismo: si fue la primera construcción arquitectónica colonial, la concepción original del centro de Peto no se vislumbró donde actualmente se encuentra: el centro, conjeturo, hubiese sido la placita.





[17] “Libro de Chilam Balam de Chumayel”, con prólogo, introducción y notas de Mercedes de la Garza, editado por SEP cultura en 1985, p. 161.

[18] El caso patético fue el coqueteo de Ana Rosa la ultramocha con el partido de izquierda en las elecciones de 2007.

[19]La mayor parte de la población nativa de la villa de Peto que vive en las goteras de la parte urbana y en las comisarías, étnicamente es maya. De los grupos blancos y blanqueados son pocos los que se asientan en barrios marginales. Los primeros cuadros de la villa que rodea al municipio y la iglesia, generalmente son los lugares en donde transcurre la vida cotidiana de los blanqueados que detentan el poder político y obtienen mayores ingresos: profesores, médicos, profesionistas, mojados hijos de profesores, comerciantes, vendedores de cervezas, chulos.

[20] El resabio de los edictos coloniales y decimonónicos que criminalizaron el transito en ciertas calles y la plaza de armas de los pueblos de Yucatán, se observa aún en la composición de los que habitan el centro de Peto: ningún Canul, Xiu, Pech; en una palabra, ningún macehual vive en el primer cuadro de la villa.

[21] A Peto, lugar premoderno en las vías de explotación económica universal, le llegará su hora; por de pronto es cosmopolita al modo que la contracultura de los Estados Unidos le ofrece, y su explotación corre a cuenta de los politicastros autóctonos. Peto es una provincia maya de los Estados Unidos. Si anteriormente la intelectualidad veía hacia el norte: Chomsky, Pound, Faulkner, los principios de El Federalista, las tetas de las actrices de Hollywood, Allen Ginsberg y la generación Beat, hoy la masa informe –capturados en una uniformación que pulveriza condiciones étnicas o de clase- bebe de los esquemas contraculturales –el cholo que es un pachuco ambivalente postlaberinto de la soledad- del American Way of Life. Como en la mayor parte del mundo, Estados unidos es el monopolizador-productor de las imágenes de felicidad en este pueblo.

[22] “Turismo y Desarrollo Regional: algunas reflexiones para el estudio de la inserción de la actividad turística en las Economías subdesarrolladas”.







[23] “Medio ambiente y desarrollo regional sustentable en el contexto de la globalización económica”, En: II Taller Internacional sobre ordenamiento geoecológico de los paisajes. La Habana, noviembre de 1997, pp. 111.

[24] Ibidem.

[25] Este “Ensayo de política pueblerina” lo escribí cuando aún no se llevaba a cabo la jornada electoral en Yucatán, que desembocó en el regreso del Priísmo. Y en Peto fue el peor priísmo el que, ayudado por la malísima administración del Navarretismo, regresó a asentar sus vicios y latrocinios: el priísmo de los caciquillos que conciben la administración municipal como un patrimonio a explotar.

[26] Derecha e izquierda, editorial Taurus, p. 15.

[27] Mi prospectiva se cumplió. Navarrete no fue elegido, su vanidad de aldeano dio un duro golpe contra la lucidez de los electores –mayas en su mayoría- que le negaron la confianza, que lo tiraron al basurero político de la impopularidad. En Peto, esta persona es a la que menos se le puede creer. Perder la confianza es peor que perder la dignidad, es prostituir el alma sin descanso.
 
   
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